
Cuando estudiaba Historia en la Universidad Complutense de Madrid descubrí que, además de los enrevesados historiadores franceses y los españoles completamente incomprensibles —discípulos de aquéllos—, existía una especie extraña; unos ingleses y algún americano, que escribían con el objeto de que se les entendiera. ¡Albricias! ¿Libros de historia que se entienden? ¡No podía ser!
Eran John Elliott, Geoffrey Parker, Paul Preston, Stanley Payne y Hugh Thomas, entre otros. A todos se les llamaba hispanistas e iban todos en el mismo saco cuando se hablaba de historiografía. Con la edad fui comprendiendo que eran muy distintos, como diferentes son sus personalidades y sus obras, —no sólo por el periodo que estudian, sino por la forma que tienen de enfocarlo y de escribir—. Pero todos compartían tres cosas importantes: primero, investigaban a fondo, recorriendo bibliotecas y archivos españoles —en los que no siempre se lo pusieron fácil en los años 50 del siglo XX—, y, por supuesto, en instituciones de muchos otros países; segundo, su objetivo era divulgar, querían hacer una historia que atrajera a estudiosos y profanos por igual; y, por último, escribían con un estilo muy literario. Conseguían que los personajes históricos se hicieran reales a los ojos del lector y que la historia cobrara sentido. Escribían con frases perfectamente compuestas para ser comprendidas hasta por una estudiante de 18 años que siempre encontraba el bar de la facultad mucho más atractivo que las aulas.
Hablo en pasado, pero estos que cito están en activo, excepto Hugh Thomas que murió el día 7 de este mes de mayo. Su pasión fue España, país al que quería de verdad, con el corazón. Quería a España y a los españoles. No pasaba un año en el que no viniera por aquí y aprovechara para hacer algún recorrido o encerrarse en un archivo. No concebía pasar 12 meses sin visitar el país objeto de casi todos sus escritos.
Su obra más conocida, La guerra civil española, publicada en París por Ruedo Ibérico en 1961 (y ahora por Penguin Random House), fue un hito en nuestra historiografía, que abrió la veda a muchos para reflexionar e investigar sobre un periodo que a todos aterrorizaba abordar. Lejos de quedarse ahí y convertirse en un hombre de un solo libro o un único tema, se interesó por la aventura española en el Nuevo Mundo y produjo una obra tan importante o más que La guerra civil, titulada El imperio español. De Colón a Magallanes. Ésta tendría su continuación en dos volúmenes más: El imperio de Carlos V y El señor del mundo. Felipe II y su imperio. Antes se había atrevido con la trata de esclavos y había producido una obra monumental acerca de la conquista de México. Menciono estas seis porque, en mi opinión, son las más destacadas de sus estudios sobre la historia de España y el imperio americano, y porque no tendría espacio suficiente para hablar de su ingente producción. Todas estas, menos La guerra civil, están Editorial Planeta, sello al que fue fiel durante años.
Cuando yo llegué a Planeta en 2007, Hugh Thomas ya estaba allí. Pasó entonces a ser «mío». Así hablamos en las editoriales. Los autores son del editor con el que tratan. Pues bien, fue «mi» autor; yo fui «su» editora durante ocho años, y tuve la increíble suerte y el inmenso honor de poder editar tres de sus maravillosos libros, entre ellos, dos ya citados (El imperio de Carlos V y El señor del mundo). También hicimos numerosas reediciones entre las que no puedo dejar de mencionar Goya. El tres de mayo de 1808, un diminuto tesoro que todo el mundo debería leer.
Sin embargo, al enterarme de la muerte de «mi» autor y echar la vista atrás, el que recuerdo con más cariño por ser el que marcó el inicio de nuestra relación libresca, pero también por lo que de extraordinario tiene el texto, es Beaumarchais en Sevilla, una joya literaria que pasó desapercibida engrosando así las listas de los misterios irresolubles del mundo editorial.
Casi nadie recuerda ya que Pierre-Augustin de Beaumarchais (1732-1799) es el autor de Las bodas de Fígaro y El barbero de Sevilla, que se convertirían en dos óperas de renombre mundial a manos de Mozart y Rossini, respectivamente. Thomas se propuso descubrir por qué el autor situó ambas en Sevilla, ciudad en la que nunca puso un pie. El resultado de esa búsqueda es un texto increíblemente original, elegante, sencillo y lleno de sentido humor. La versión española es de la estupenda traductora Eva Rodríguez Halffter quien, con su savoir faire y profesionalidad, capta y deja traslucir el estilo único de Thomas. Es un libro delicioso, en el que el autor va buscando los lugares y personajes en los que se pudo basar Beaumarchais; un divertimento para el historiador que investiga la vida de su protagonista, mucho más estrafalaria que cualquier novela y descubre que sí recaló unos meses en Madrid, donde parece que se inspiró para inventar una Sevilla a la que todavía acuden hoy los turistas atraídos por las dos famosas óperas.
«¡Beaumarchais no estuvo jamás en Sevilla! […] —decía Thomas divertido en una entrevista con El Cultural (10/04/2008) durante la promoción del libro—. Pero lo cierto es que encontró en España una forma de vida en la que sus fascinantes creaciones podían vivir, cantar, y… florecer». Al parecer, viajó a nuestro país para organizar la boda de una de sus hermanas con José Clavijo y Fajardo. Thomas describe el Madrid de la época, los estafadores y rateros, las relaciones con la corte, las dificultades que tenían las mujeres para sobrevivir sin la seguridad del matrimonio… y comprendemos inmediatamente el ambiente que encontró en 1764 Beaumarchais, que era relojero, inventor, escritor y, por encima de todo, vividor. Llevaba una gran cantidad de dinero, destinado en parte a la dote para el escurridizo personaje que hacía sufrir a su hermana y en parte para otros negocios, pero la ajetreada vida de la ciudad le llevará por derroteros inesperados y sorprendentes, que tendrán al lector en ascuas hasta el final.
Si uno no se atreve con la Historia, con hache mayúscula, de las obras magnas de Thomas, recomiendo que empiece por este texto de apenas 200 páginas. Los personajes históricos y los escenarios que habitaron se hacen reales en las páginas del historiador británico. Como si abriéramos una cortina y al otro lado estuvieran ocurriendo los hechos, Thomas nos toma de la mano para que nos adentremos en el pasado, donde disfrutamos de un relato asombroso y divertido que no podremos dejar de leer. Con libros así, estudiar es más placentero que ir al cine o leer novelas. Estoy segura de que atrapará incluso a esos estudiantes que pasan media carrera en el bar.
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