
El otro día, hablaba con una persona sobre lo difícil que es el trabajo del traductor y lo poco reconocido que está, cuando entrecerró los ojos y, escudriñándome, preguntó: «¿Y tú, utilizas el diccionario para traducir?». No es la primera vez que me plantean esta cuestión y, siempre, implícitamente están diciendo: «¿Eres lo suficientemente buena para traducir SIN diccionario?».
Es posible que yo sea un bicho raro porque los diccionarios me gustan desde muy pequeña. Yo, más bien escudriñaría a un escritor (al que no creo que hagan esta pregunta) o a un traductor que NO utilice el diccionario. A mí me encantaban los deberes que tuvieran que ver con buscar palabras, copiar la definición (parecerá antiguo, pero se aprendía mucho) y hacer frases con las palabras aprendidas. A los 9 años mi abuelo me regaló la edición que entonces se consideraba de bolsillo (era un tocho) del diccionario de la Real Academia. Iba al colegio con ese mamotreto en una era en que no existían las mochilas Eastpak y The North Face. Lo llevaba abrazado al pecho con gran orgullo, mientras el resto de mis compañeros tenían uno de la Editorial Vox, tan discreto en tamaño, como escaso en contenido, pues siempre terminaban acudiendo al mío para encontrar los términos que el suyo no incluía.
Desde entonces no he dejado de utilizarlo; también utilizo numerosos diccionarios de inglés-español; el Webster-Merriam (que considero uno de los mejores que hay de lengua inglesa, incluso antes que el de Oxford), algunos de francés-español (con poco éxito, pues escribir en francés continúa siendo casi imposible para mí), etcétera. Además, por supuesto, hago consultas online donde, igual que en el mundo impreso, hay de todo. Hay diccionarios nefastos y otros bastante buenos.
Cuando escribo, edito, traduzco o leo tengo varios abiertos en pantalla y, a menudo me encuentro acudiendo a mis joyas en papel. Utilizo muchísimo el Diccionario Ideológico de Julio Casares, del que a lo mejor no habéis oído hablar porque, como ocurre a menudo con los genios, ha sido olvidado durante lustros, pero al parecer, su diccionario, originalmente publicado por Gustavo Gili, vuelve a estar disponible, ahora en Editorial Gredos. Lo recomiendo encarecidamente a cualquiera que le guste la lengua. El de María Moliner es otra maravilla imprescindible también publicada por Gredos.
Utilizar un diccionario no solo no significa que uno sea mal traductor (o escritor) sino todo lo contrario. Pero el simple hecho de consultarlo tampoco nos hace buenos profesionales; para traducir, como para escribir, es esencial conocer muy bien la lengua que se está manejando (en el caso de la traducción se deben conocer a fondo las dos: de la que se traduce y a la que se vierte el texto). No vale con consultar una palabra porque, si no conoces la lengua un diccionario no te ayudará nada. Te sirve para comprender un matiz, para darte una idea de cómo traducir mejor la palabra, para conocer su origen y, quizá, entender por qué el autor ha seleccionado esa y no otra en su oración.
Un ejemplo lo encontramos en la novela de Jane Austen, Sense and Sensibility, que hasta hace muy poco la mayoría conocíamos como Sentido y sensibilidad. A finales del año pasado Alianza Editorial sacó a la luz una nueva traducción de José Luis López Muñoz en su colección Alianza Literaria y la han titulado Sensatez y sentimiento. En mi opinión, «sensatez» es mucho mejor traducción de sense, que «sentido», aunque también pueda tener ese significado. ¿Y sensibility? Se puede traducir como sensibilidad, pero ¿qué es lo que quiso decir Jane Austen? ¿Por qué eligió esa palabra y no feeling, por ejemplo, que también quiere decir sentimiento? Otra pregunta que podríamos hacernos es si en español existen palabras que transmitan estos matices que, en este caso, tiene el inglés… Traducir es muy complicado y sin un diccionario estaríamos perdidos. Yo recomiendo consultarlos todos.
Ayer, sin ir más lejos, leí un artículo de humor en The New Yorker en el que la autora, Patricia Marx, aporta nuevas palabras al diccionario. En una de sus definiciones aparecía la palabra dis que yo no había visto en mi vida. La busqué en el diccionario de Cambridge online y voilà!, ya conozco una palabra más en inglés y no creo que se me olvide.
Hoy, al empezar a escribir este post, he buscado la palabra «diccionario» en Wikipedia, en la Enciclopedia Británica (de la que soy orgullosa dueña, porque me endeudé hace años para comprarla), en el Gran Diccionario Enciclopédico Universal… En mi búsqueda me he topado, claro, con el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, primer diccionario de nuestro idioma realizado con criterio científico, sobre el que me gustaría hacer una entrada algún día, y he aprendido de dónde procede la palabra Tesauro. ¡Ahí es nada!
¿Vosotros utilizáis un diccionario a menudo? ¿Qué os parece el nuevo título de la novela de Jane Austen?
Excelente art{iculo,Ana.
En efecto, no hay posibilidad de traducir sin recurrir a diccionarios y glosarios tanto monolingües como bilingües. Ellos, más todas las técnicas y estrategias que debe uno aplicar como traductor, son lo que nos permiten trasladar de forma equivalente el contenido de una lengua en otra (equivalente, que jamás será idéntica, por las grandes o las delicadas diferencias culturales entre una y otra). Ya lo dejó asentado el gran estudioso y profesor de traducción español Valentín García Yebra: «Trasladar el contenido (y la estructura gramatical, en lo posible, por las diferencias sintácticas de las lenguas) de un texto de forma equivalente, de tal manera que los lectores de la traducción tengan el mismo impacto al leerlo que los lectores de la lengua original».
Ni qué decir que un escritor sin diccionarios es un ciego dando de palos.
El «Tesoro de la lengua» de Covarrubias es una joya y una delicia el consultarlo.
Te dejo un cordial abrazobeso.
Gracias por este maravilloso comentario, Ernesto. La cita de Valentín García Yebra es fantástica. Te mando un abrazo grande.
Muy de acuerdo, Ana. No sé por qué, pero hay quien piensa que un buen traductor debe ser capaz de hacerlo a pelo para demostrar su valía, pero no es así. Cuantas más herramientas tengamos, mucho mejor será el resultado de nuestro trabajo. Se nos pueden escapar tantas cosas…
Un abrazo
Gracias por dejar tu comentario aquí. No sé de dónde ha salido la suposición ni cómo alguien puede llegar a pensar que es «bueno» no utilizar ninguna herramienta. Lo que sí es bueno es que la mayoría de los traductores se toman en serio su trabajo y buscan y rebuscan hasta dar con el término que consideran más apropiado y para eso, las nuevas tecnologías a veces ayudan enormemente.
Acabo de recordar los exámenes de traducción jurídica de la carrera, con partes que eran sin diccionario…Pero imagino que servían para poner a prueba nuestro conocimiento teórico, mirándolo bien.
Claro, supongo que era eso. Si no, la verdad es que no se entiende.
Aparte de los diccionarios clásicos, recurro mucho a los diccionarios en línea de argot y neologismos (tipo urbandictionary.com), con términos que van aportando los propios usuarios. Se actualizan casi al mismo ritmo en que aparecen las palabras, me parecen un instrumento muy valioso, aunque la calidad esté a años luz de la de un diccionario al uso.
Saludos (vengo de un tweet de Scherezade Surià)
¡Gracias por escribir aquí! Sí, yo también recurro a esos diccionarios online y daría para escribir una entrada entera, ¿verdad? Hay muchísimos sitios online que me salvan la vida todos los días. De hecho, cuando busqué «dis», palabra inglesa que desconocía por completo, la encontré en urbandictionary.com. Lo que me pregunto es cómo traducía yo en la era pre-Internet. Probablemente, peor que ahora.
A mí también me encantan los diccionarios, y me sorprende que haya gente que cree que son como las rueditas laterales de las bicicletas de niños… un apoyo de «mientras aprendo». También peleo con ellos: cuando no encuentro acepciones que quizás sean un poco locales de algunos términos, y no entiendo por qué el uso de una palabra en la zona de Jaén, por poner un ejemplo, queda plasmado en el diccionario y no sucede lo mismo con un uso local de Bogotá (con 8 millones de habitantes-hablantes). Pero eso es una batalla aparte…
Para esos vacíos de definición que dejan a veces los diccionarios, he encontrado que recurrir a la búsqueda de imágenes en internet puede ser bastante útil y sugerente. Es una base de datos visuales y gráficos que se me ha convertido en buena herramienta.
No conocía este blog. Gracias a Scherezade por traerme a él. Seguiré visitándolo.
Muchas gracias por contribuir con tu comentario y a Scherezade por dirigirte al blog. Me encantará seguirte «viendo» por aquí. Es cierto que las herramientas tecnológicas son una maravilla. Nos han hecho la vida mucho más fácil a los que nos dedicamos a esto de las palabras. El español es más fascinante todavía porque tiene las mil variantes de todos los países en los que se habla. Yo, si pudiera, pasaría el día leyendo sobre el origen de las palabras y cómo han ido variando según el lugar en el que se utilizan.
Hace varios años, en un foro cibernético de traductores médicos, una colega sudamericana pretendía ridiculizarme por mi propensión declarada a consultar diccionarios. Argumentaba que eso le restaba naturalidad al discurso y que no debíamos los traductores producir textos que hicieran al lector correr al diccionario cada dos por tres para averiguar el significado de los términos que usábamos. (Cito de memoria, aunque la colega se expresaba con mucha más torpeza.) ¿Adivinan ustedes la calidad que tenían sus traducciones? Acertaron.
Gracias por compartir esta historia. Como ella hay muchísimas, por eso escribí esta entrada. Me lo encuentro continuamente. Es absurdo argumentar que resta naturalidad al discurso. Los autores que más naturales parecen son los que más trabajan sus textos. Supongo que quienes afirman estas cosas con tanta convicción son los mismos que se declaran bilingües (y, por tanto, aptos para traducir) por haber hecho un curso intensivo de inglés (u otro idioma) un verano en la adolescencia…
Quisiera agregar que, en mi opinión, José Luis López Muñoz es el mejor traductor literario al español de su generación. Encarezco a los principiantes que compulsen cualquier versión de José Luis (por ejemplo, algo de Faulkner) con la versión original. De esa experiencia saldrán enriquecidos, lo garantizo.
Pues mira, me has dado una idea para la clase de traducción… Utilizaré sus textos de ejemplo. Gracias de nuevo.
Reblogueó esto en petradiny comentado:
Ana sabe de lo que habla…
¡Mil gracias por compartir mi entrada!
¡Qué vivan los diccionarios! No soy del gremio pero me encantan, casi como libro de lectura. Mi hija me mira con cara rara cuando le pregunto ¿a que es divertido leer el diccionario? Porque cuando buscas una palabra… ¿cómo no darle un repasito a la página entera?
Me he reído con tu comentario, Jezabel. Mil gracias por dejarlo aquí. A mí me pasa como a ti, sigo usando diccionarios en papel y sigo leyendo páginas enteras.
Mis sobrinas, que acuden a mí con cualquier cosa relacionada con escritura o lectura, y saben que sólo regalo libros, encuentran que el diccionario es algo del pasado remotísimo y ¡apenas se saben el abecedario! Una pena…
Los diccionarios ayudan, claro que lo ideal es no usarlos para obligarnos a aprender y recordar más.
Muchas gracias por tu mensaje, Marta. No estoy muy de acuerdo. A mí me hacían trabajar mucho con el diccionario cuando era pequeña y me encantaba. Ahora, cuando estoy en mitad de una traducción los utilizo muchísimo para dar con la palabra que mejor encaja, para encontrar sinónimos si tengo que repetir una, para dar un matiz… Sin ellos, sería incapaz de hacer una buena traducción. Y no hablo de diccionarios inglés-español (que es lo que suelo traducir), hablo de inglés-inglés y español-español, que consulto para asegurarme de lo que significa algo en cuanto me entra una duda. Pero, además, ¡es que es un placer!