
El otro día fui a los Teatros del Canal a ver El pintor, una ópera cuyo libreto es de Albert Boadella a quien sigo la pista desde que, a mediados de los años 80 del siglo pasado, vi su Gabinete Libermann (con Els Joglars). Cuando digo que le sigo la pista quiero decir que he visto muchas de sus obras. En los últimos diez o quince años, además, he tenido el placer de conocerle en persona y me he hecho más fan, si cabe, de modo que voy a ver sus obras con los ojos cerrados, convencida de que me van a gustar. Me pasaba con Woody Allen, por ejemplo, hasta que hizo Vicky, Cristina, Barcelona y lo abandoné un poco; ya sólo lo veo en la tele. Me pasa con Ridley Scott y con algún autor, como Cölm Tóibín. Soy una fan entregada, veo sus películas y compro sus libros porque sé que no me van a defraudar, hasta que un día lo hacen y les olvido para entregarme a otros.
El pintor no me gustó y no sé si voy a tener que abandonar a Boadella… Salí triste, decepcionada y llegué a casa con cierto malhumor. Es una crítica despiadada y sin fundamento a Picasso y a su obra más «moderna». Empieza reconociendo que es un genio. Las llamadas época azul y época rosa sí son dignas y se consideran Arte, con mayúsculas, pero cuando el artista se entrega al cubismo, ya todo es despreciable y despreciado en esta ópera de complejísimo montaje (y excesivos minutos). Se le critica por querer ganar dinero, por ser un maltratador de mujeres, porque se le murió un nieto al beber una botella de lejía, se le pone de vuelta y media sin aportar un solo argumento interesante; y lo que es muchísimo peor: sin una pizca de humor.
Que conste que esto no es una defensa de Picasso, ni de su arte, ni mucho menos de cómo vivió su vida. Picasso y su relación con las mujeres ha sido objeto de estudios numerosos y no seré yo quien entre a juzgarla. Tampoco pretendo elaborar un análisis de su obra. Aquí me limito a hablar de la obra que ha escrito Boadella. Lo de menos es de qué artista trata, a mi entender. Lo que me sorprende es cómo lo hace.
A Boadella le conocemos por su capacidad para reírse de todo y de todos, incluido él mismo porque eso es, al fin y al cabo, el humor: la capacidad para reírse de uno mismo. En El pintor ni se ríe, ni hace reír al público. El texto es pobre, completamente falto de interés y carece de las gamberradas descacharrantes a las que nos tenía acostumbrados el prolífico hombre de teatro que ha sido; porque uno puede estar de acuerdo o no con sus obras, pero nunca les ha faltado humor. En la mencionada Gabinete Libermann ponía a caldo a Freud y a todos los psicólogos que después de él fueron. El nombre lo tomaba (o fue una casualidad inmensa) de un psicólogo argentino, emigrado a España en los años 70, que se llama Arnoldo Liberman. De hecho, se enzarzaron en una polémica en las páginas de la revista Cambio16, que seguí con gran interés y me pareció fascinante porque, entre otras cosas, conozco a Liberman. Es el padre de un amigo del colegio.
Se podía no estar de acuerdo con el tratamiento que hacía del psicoanálisis y de los psicólogos, pero la obra tenía gracia. Si se montara ahora, no resistiría el paso del tiempo, probablemente; no es de las mejores de Boadella, pero a mí me impactó lo suficiente para recordarla 30 años después. El pintor, que se va a estrenar también en el Teatro Real, temo que no aguantará el paso de los años. Dudo que tenga un gran éxito, a pesar de que los fans como yo son numerosos. Dudo que su mensaje permanezca, porque no lo tiene. No sabemos qué nos quiere decir. Es como una rabieta infantil, o peor, una rabieta de señor mayor que despotrica contra todo lo que no entiende. Y lo triste es que no entiende el cubismo, que hace más de un siglo que dejó de ser moderno. Pero más triste es que Boadella es un creador y uno que ha sido muy rompedor. Sin ir más lejos, en esta obra se ha asociado con artistas contemporáneos como Blanca Li, para la coreografía y con el músico Juan J. Colomer, para la música, entre otros. Hay escenas y elementos completamente modernos en cada uno de los actos, la escenografía es pura modernidad, pues apenas tiene nada más que luz y color. No soy experta en escenografía, coreografía ni música. Pero no se podrá decir que esta ópera puro clasicismo. Tiene elementos que son clásicos, pero se combinan, y muy bien, con otros tremendamente vanguardistas.
¿Qué hace Boadella, poco menos que insultando a un creador de la talla de Picasso sin aportar un solo criterio fundamentado? ¿Qué ha pasado? Además, ¿qué nos aporta? Hay un momento en el que parece que va a indagar en la lucha que tiene un pintor consigo mismo a la hora de decidir si va a complacer a su público o va a hacer lo que su vena artística le pide. También podría resultar interesante, sin duda, una reflexión sobre qué se considera arte y qué no. Es algo en lo que no todos estaremos de acuerdo, pero puede ser un debate de enjundia. Y no niego que preguntarse si Picasso (o cualquier otro) se vendió al vil metal, es material jugoso para una obra. Pero no llega a hacer esas disquisiciones, no indaga, no se hace preguntas, no permite que se las haga el espectador. Lanza su diatriba como si fuera la única verdad. En este país en el que nos sobra emoción y nos falta un poco de reflexión, ¿qué interés tiene esta crítica apasionada y nada apasionante? Yo no aprendí nada. No me hizo reflexionar. Las otras obras de Boadella siempre me han dejado con varias ideas rondándome la cabeza. Esta me dejó hueca y con sensación de haber perdido el tiempo, con todo el trabajo que tengo…
No entraré a hablar de la música porque ya he dicho que no soy una experta, pero salí con la cabeza como un bombo. Es una música que agota (y da la sensación de que agota a los cantantes, porque es como si no encajara bien con el texto) y no se da uno cuenta hasta que la música se detiene y siente un alivio infinito. El único momento relajante es cuando se pasa a un rap (nunca hubiera imaginado que esta música infernal pudiera relajarme), porque la teoría de Boadella es que Picasso es el instigador del graffiti. Se llena el escenario de gente con la gorra dada la vuelta y pintarrajean las paredes a ritmo rapero. La idea es tan absurda y disparatada que uno recuerda vagamente lo gracioso que puede ser Boadella. Es una bobada afirmar que el Guernica es un graffiti, pero es el momento más gracioso de toda la obra. (Podría haber puesto punto final ahí, por cierto, le sobra todo lo que viene después).
Tampoco quiero hablar de los cuadros que salen a lo largo de la obra, que no son copias de los originales, sino imitaciones realizadas con muy mala idea y quizá no mucho arte, porque, me parece a mí que lo que le falta a esta obra es gracia y Arte, con mayúsculas.
Se te ve a la fan interior defraudada, ¿eh? Lamento que te dejase tan vacía (y con la cabeza como un bombo) y que te parezca que no tiene gracia alguna. Creo que te vas a quedar sin otro personaje más al que admirar. Comparto esa idea de que nos sobra emoción y nos falta reflexión, tal vez no se nos educa para reflexionar sino para reaccionar. No sé es una percepción que tengo (será que soy demasiado emotiva). Un abrazo apretado.
Hola Anabel, jajjjaja. Me ha hecho gracia eso de que se ve la fan interior defraudada. Seguro que conoces la sensación. Me pasó con Paul Auster. Leía TODO y un buen día ¡puf! Se me vino abajo. Pero lo cierto es que es imposible que todo lo que haga un artista nos guste. Conseguir una buena obra, una obra genial, ya es un logro. Quizá nos volvemos demasiado exigentes. En todo caso, al final sí que me ha hecho reflexionar, a pesar de lo que digo, de modo que ¡eso es bueno!
Muchas gracias por compartir tus ideas aquí conmigo.
Por curiosidad.., si disculpas el cambio de tema sobre lo que tratas en la entrada,
¿podrías contar las razones del ¡puf! a Paul Auster? :-))
Aunque alguna obra suya me ha gustado mucho, no soy muy fan de él.
Leí una entrevista a Boadella acerca de la obra en cuestión y no estuve muy de acuerdo con sus reflexiones. Debo decir que cuando yo vivía en París el Centro Pompidou era mi segunda casa, me gustaba mucho el arte contemporáneo (digamos 1960’s en adelante). A día de hoy me parece una tomadura de pelo estratosférica y lo de entonces creo que fue esnobismo y postureo. Tampoco creo que sea una disyuntiva emoción vs. reflexión.
Si viviese Stendhal, jamás habría sufrido su síndrome visitando ARCO.. :-)))))
¡Hola Alexpalex!
Yo creo que me cogí un empacho con Auster. Me dio por leerlo todo, con esa tendencia pelín compulsiva que tengo. Comprendo que no todas las obras de un artista pueden ser absolutamente geniales. Auster escribió unos libros que me encantaron; «La trilogía de Nueva York», «El palacio de la luna», «Leviatán» e incluso sus memorias (no recuerdo el título). Pero a partir de un momento («Brooklyn Follies», quizá) me empezaron a parecer todos iguales. Comprendo que un artista se repita, que hable a menudo del mismo tema, de lo que le obsesiona, pero me harta un poco. Además, Auster de repente empezó a escribir sobre sí mismo escribiendo y ahí dije: ¡puf! Es una opinión muy personal, claro. No me interesó él contando cómo escribe. No sabría decirte por qué, porque, en principio, me interesa muchísimo conocer el proceso creativo de alguien cuyos libros me han atrapado. Pero no me atrapó… y lo dejé. No me voy a leer 4321 (o cómo se titule la última).
En cuanto a mi crítica a Boadella, no quería decir que su obra fuera una disyuntiva entre emoción y reflexión. Me pareció un cabreo infantil contra algo, sin ningún argumento sólido detrás. Y me parece que eso lo hacemos mucho los españoles (no somos los únicos, desde luego, parece que hay una tendencia mundial estos días), incluida yo, que a menudo me enfado si mis amigos no están de acuerdo conmigo. Por eso decía que quizá somos demasiado impulsivos, no tomamos un poco de aire antes de responder, deberíamos contar hasta 10 o… hasta 1.110 si es necesario. En la obra «El Pintor» da la sensación de que Boadella no se ha tomado un minuto para reflexionar sobre su gran cabreo con Picasso.