
En mi post anterior, Los libreros y yo, hablaba de una mala experiencia que tuve en una librería y de una muy buena. La buena tenía un final feliz: yo salía de allí con un libro prometedor en la mano. Aunque entonces no conocía ese libro, no sabía que me iba a atrapar, que iba a querer leer todo lo de la autora, sólo sabía lo que la librera me había contado y podía ser verdad o mentira.
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La no ficción autobiográfica o autoficción
Lo empecé esa misma noche y ya no pude parar. Cuando apenas tres días después terminé Nada se opone a la noche (Rien s’oppose à la nuit), de Delphine de Vigan, lloré a mares. Es un relato donde hay muchísimo drama, mucha tristeza, mucho problema no resuelto en una familia (algo que ocurre en casi todas); pero es una lectura fascinante, atrapa de forma irremediable, está escrita con originalidad y elegancia (y estupendamente traducida del francés por Juan Carlos Durán).
No había oído hablar de la autora. No quise buscar información sobre ella hasta después de terminar de la lectura. Al hacerlo, descubrí que se hablaba del libro como una novela, cuando yo lo había leído convencida de que era autobiográfico, no ficción pura y dura. Me sorprendió enormemente y seguí indagando. En casi todas las entrevistas, De Vigan deja claro que lo que cuenta es la historia de su familia, en efecto, pero afirma que es una novela porque es su mirada, su verdad, su forma de entender los hechos que, sin embargo, ha investigado como lo haría una periodista.
Verdad o mentira, no ficción literaria
Entonces me empecé a preguntar: ¿por qué nos importa tanto si las historias que leemos son reales o no? ¿Qué cambia? Es un tema que da para un post (o para un libro) y sobre el que ya se ha escrito abundantemente. En cualquier entrevista a un escritor, lo primero que se le pregunta es si lo que ocurre en su novela está tomado de su vida. Pero insisto: ¿importa o no?
Desde que Truman Capote escribió In Cold Blood (A sangre fría) y Norman Mailer The Executioner’s Song (La canción del verdugo) el mundo entero, en general, y los estadounidenses, en particular, se han preocupado mucho por definir con exactitud qué es ficción y qué no. Nació entonces la «no ficción literaria», que podría ser lo que hace De Vigan en Nada se opone a la noche. En periodismo comprendo que es fundamental no inventar, pero ¿en literatura? La literatura es imaginación, a pesar de que todos los escritores utilicen su vida para crear. En estos primeros años del siglo XXI se ha empezado a hablar de «autoficción». ¿Una nueva palabra para nombrar lo mismo? ¿O una nueva forma de narrar historias reales?
Una crónica familiar
Delphine de Vegan cuenta aquí la historia de Lucile, su madre (taciturna, poco habladora y guapísima, cuya foto sale en la portada), en la medida en la que ha podido hacerlo sin destrozar a su familia. Quizá radique ahí nuestra fascinación: en ver cómo la autora desnuda a una familia entera ante nuestros ojos; en descubrir que tenemos más en común con esa familia de lo que nos gustaría reconocer. Habrá tenido que inventar un poco aquí y otro tanto allá, rellenar huecos, construir algún andamio cuando la estructura no se sujetaba por sí sola.
El texto de la sobrecubierta dice: «Nos hallamos ante una espléndida, sobrecogedora crónica familiar en el París de los años cincuenta, sesenta y setenta, pero también ante una reflexión en el tiempo presente sobre la “verdad” de la escritura». Vuelve a salir la palabra «verdad». La autora ha conseguido crear esta obra singular sin juzgar, sin mostrar rencor, sin obligarnos, como lectores, a tomar partido. La historia logra envolvernos hasta las lágrimas, porque podemos entenderla de forma profunda, porque —sin ser necesariamente tan tremenda— puede ser la nuestra o la de un amigo cercano.
Al morir su madre, Delphine se propone comprender qué ha pasado, aunque ya sea tarde o, precisamente, porque lo es. Se podría decir que escribe para luchar contra sus demonios, para poder seguir con su vida que, a partir de ahora, será sin Lucile. Hace un ejercicio de investigación periodística que no muchas familias soportarían. Realiza entrevistas grabadas con todos (y todos acceden), les pide fotos y documentos (y se los dan), y escribe maravillosamente imponiendo ritmos diferentes a las tres partes del libro para mantener al lector al borde del abismo, como lo estuvo siempre su propia madre.
Escribir para dominar nuestros demonios
Para narrar la infancia de la protagonista utiliza un tono ligero, un ambiente en blanco y negro, que es el color de los años en que Lucile fue niña. Es una época, tanto para la madre de Delphine como para el mundo occidental, en la que todo estaba por pasar y todo era posible. En la segunda parte del libro Lucile y Francia llegan a la edad adulta, con su correspondiente desencanto y la reacia aceptación de que no serán lo que podían haber sido. En esta etapa Lucile se casa y nace Delphine. La autora del libro que pasa entonces a ser un personaje de la historia, además de narradora en primera persona. Por último, llega el gran drama, la catarsis necesaria para ser capaz de convivir tanto con los vivos como con los muertos.
Sin embargo, De Vigan asegura que escribir no cura nada, no mata los demonios, sólo consigue dominarlos un poco. Espero que haya alcanzado lo que se proponía, y confío en que siga compartiendo con nosotros su inteligente forma de mezclar realidad y ficción, verdad y mentira para hacernos disfrutar y, sobre todo, reflexionar acerca de esos monstruos que nos acechan a todos. Si no para destruirlos sí, al menos, para entender de dónde proceden. Me voy a comprar su siguiente libro, cuyo título, Basada en hechos reales, habrá facilitado la primera pregunta a sus entrevistadores ¿o no?
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