
Claudia Casanova (Barcelona, 1974), estudió Económicas y Traducción, pero durante muchos años ha sido editora, se ha dedicado a arreglar los textos de otros. Pero cuenta que supo que quería ser escritora después de leer La historia interminable, que encontró en la biblioteca de sus padres. Le pregunto si supo también que quería ser editora, porque lo ha sido durante muchos años en diversas editoriales y en 2010 fundó, junto con Joan Eloi Roca, la suya propia, que se llama Ático de los Libros. «Muy buena pregunta», me dice. «No lo había pensado. Yo sabía que quería estar cerca de los libros y todo lo que se me ocurría iba encaminado a eso. Lo primero fue traducir, después hice informes de lectura para Tusquets y más tarde entré a trabajar en una editorial y descubrí ese trabajo que es editar. Pero nunca pensé «voy a ser editora»». No cabe duda que ha conseguido estar cerca de los libros, pero, además, es escritora. Ha publicado cuatro libros, tres de los cuales son novelas. La última se titula La perla negra y salió en Ediciones B, hace ya un año. Sin embargo, yo he decidido centrar la entrevista en su faceta de editora, así tengo una excusa para volver a llamarla más adelante y hablar de sus libros.
¿Qué es para ti ser editora?
Es un trabajo que me gusta mucho, que disfruto muchísimo porque no hay nada comparable al momento en que lees un manuscrito y te gusta. Hay romper ese mito del editor que se deleita diciendo que no. Al revés, cuando abres el archivo que tienes en el buzón, deseas que sea Pedro Páramo. Ansías que sea bueno y la desilusión que tienes cuando no es así probablemente es tan grande o más que la que siente el autor cuando recibe un no.
¿Cuántas veces dirías que recibes un «Pedro Páramo»?
Muy pocas, ahí está el asunto. Luego hay distintos géneros, distintos tipos de libros. Se pueden encontrar otros libros, que contienen suficientes cualidades, según lo que estés buscando, para decidirte a ir a apostar por él. Si buscas ensayo o historia y das con un manuscrito que narra de forma amena y el autor tiene unas credenciales lo suficientemente sólidas, estás tranquila.
Eso pasa más en ensayo o en no ficción, ¿verdad?
Sin duda, sin duda. El eje de valores cualitativos está mucho más claro.
Porque, la novela que te atrapa —no sólo que te atrapa, porque hay novelas no muy buenas, que te atrapan—, la novela que lo tiene todo ¿cuántas veces aparece?
Muy pocas, pero también hay diferentes tipos de novela. En thriller, por ejemplo, hay cosas que están muy, muy bien. Hace poco hemos encontrado una novela juvenil que estupenda, es muy limpia, tiene una trama muy pura y es una autora joven, que ha ganado un premio fuera, cosa que también ayuda cuando tomas la decisión. Pero yo diría que pasa dos o tres veces al año, con mucha, mucha suerte.
Tres me parece mucho.
Es que nosotros publicamos muchos géneros. En Ático de los Libros la línea es muy ecléctica, la novela de la que te hablaba ahora es juvenil, pero tenemos otro tipo de libro completamente diferente, por ejemplo, todos los de Philip Hoare. O H de Halcón, de Helen Macdonald, es un libro con el que te puedes sentir identificado si has sufrido una gran pérdida. Te hace pensar sobre qué significa perder algo, sobre ese vacío brutal que se tiene y lo trata a través de la doma de un halcón, que me parece fascinante, es tremendo. Encontrar un libro como éste ya está más que bien.
¿Qué se necesita para ser editor? Aquí quiero distinguir entre el editor, dueño de una editorial y el que lee los textos y los edita para mejorarlos.
Es una combinación de muchas cualidades, pero hay una base cultural imprescindible que me resulta difícil no mencionar. Hay que tener un bagaje de lecturas. No digo cómo hay que lograrlo, pero hay que tener esas lecturas. No creo que haya que hacer una carrera concreta, puedes ser ingeniero de telecomunicaciones, si quieres, mientras hayas leído clásicos de todas las culturas y, sobre todo, a ser posible, de Europa, ya que estamos en Europa. Italianos, franceses, ingleses y castellanos, habría que conocerlos un poco. Si, además, tienes lecturas de Centroeuropa, pues mejor que mejor.
El ritmo de un texto
Hay algo en el ritmo de las palabras, en la música del texto que es casi sensual y eso no se aprende de otra manera que no sea leyendo. No me importa si no has estudiado literatura o no has estudiado historia, aunque, si vas a ser un editor de mesa de historia es preferible que hayas estudiado historia, pero no me importa siempre y cuando tengas la capacidad de detectar que la frase fluye, la melodía, y ver cuándo chirría… Hay gente que pregunta, pero esto, ¿cómo es? ¿Dónde va la coma exactamente? Yo soy un poco desastre con esto, pero sé cuándo una frase fluye. Lo ves, lo notas, lo arreglas y cuando lo arreglas queda mejor. Esto te lo da haber leído.
El imprescindible entusiasmo del cazador de manuscritos
Luego también están las ganas de descubrir, esa capacidad de adentrarte en un terreno, sea la historia, el ensayo, el pensamiento, la literatura, la divulgación y descubrir a alguien que cuenta las cosas de una manera mejor, diferente. Éste es el «cazador de manuscritos», que tiene que tener una gran pasión y empuje (es una combinación poco corriente y por eso a veces es tan difícil encontrar editores) y la paciencia de llevar un proyecto hasta el final. ¿Por qué? Porque la cadena de comunicación del libro va perdiendo intensidad. Desde que el editor lo contrata enamoradísimo, lo comunica al equipo, el equipo lo comunica al periodista, al prescriptor, y llega al librero, por los motivos que sea, en cada eslabón va perdiendo algo de interés. El que tiene que empujar es el editor y tiene que tener mucha capacidad de recarga, de paciencia y de transmitir. Hay que tener pasión para no convertirte en un elemento casi fordiano de una cadena de producción. Es difícil de mantener, es lógico que después de muchos años esté uno cansado y tenga ganas de un cambio. Por eso se explican los numerosos cambios de editores de aquí para allá.
El editor de mesa
La otra parte del trabajo, el que se dedica al texto, requiere cualidades que son muy contrapuestas. La paciencia sigue siendo una de ellas. Hay que cuidar el texto, analizarlo, desde la distancia, sabiendo que no es tuyo y que debes respetarlo, y trabajarlo para mejorarlo. Es una cosa que se hace poco en España, como sabes. Cuando nos preguntamos ¿cómo es que se traduce tanto autor extranjero? Es porque fuera hay un trabajo de producción previo, el proceso es mucho más largo. Está la labor de un primer editor (o del propio agente), que trabaja el texto, después el editor de la editorial que también interviene y la injerencia es enorme en muchos casos. El ejemplo clásico es Gordon Lish con Raymond Carver, pero se ve cuando te mandan un manuscrito y ves las diferentes fases por las que ha pasado, los cambios que propone el editor. Philip Hoare me hablaba de que estaba en la tercera revisión por su editor. Aquí esto no pasa.
En España se trabaja poco el texto y luego tenemos mucha prisa por sacar el libro. ¿Por qué ocurre esto?
Yo creo que es porque el sistema de producción está montado desde Estados Unidos, que es donde se trabaja por primera vez de forma masiva el producto y, de alguna manera, al hacerlo ellos nosotros ya no tenemos necesidad.
Cuando trabajamos textos españoles, no les dedicamos el tiempo que le dedican los extranjeros.
Es que, realmente, los primeros autores profesionales que hay en España —como Pérez Reverte, Javier Sierra…— son muy recientes. Por ejemplo, alguien como John LeCarré lleva mucho tiempo haciendo un tipo de literatura comercial, o Stephen Hawking u Oliver Sacks en pensamiento, que llevaban años. Aquí no hay fenómenos parecidos hasta hace muy poco.
Tampoco en tiempos de la Generación del 98 o la del 27, por irme un poco más lejos, había un editor que tocara los textos.
No, no. Porque no teníamos la industria. La hemos tenido ahora, pero ha crecido alimentada por la de fuera. No es una industria propia. Hay buenísimos editores de textos españoles, eso no se discute, pero la conjunción del autor que entiende que tiene que permitir que se trabaje su texto y el editor capaz de hacerlo, se empieza a dar ahora, empiezan a surgir autores más profesionales, editores, y las agencias literarias quieren invertir un poco más en eso, porque ahora, en general encargan ese trabajo fuera, se encarga como un editing externo más que un trabajo del editor. No es un trabajo que se haga en la agencia.
También hay que tener en cuenta que, en ocasiones, cuando intentas hacer esta labor con el texto, el autor se retira, le cuesta. También hay que saber transmitir que esto es necesario. Es muy difícil, hay que tener mucha mano izquierda.
¿Se aprende a tener mano izquierda?
Es una cualidad natural. Tiene que ser alguien que sepa transmitir los cambios al autor y casi convencerle de que son suyos. Tienes que conocer muy bien al autor, saber qué puedes decir y qué no.
Aquí esa relación tan intensa entre autor y editor tampoco se da por lo que sea. No la construimos tan sostenida y esto explica también los cambios de editorial de los autores que a veces tiene más que ver con la crematística que con la relación con el editor. En cambio, Estados Unidos e Inglaterra al ser los iniciadores de la industria siguen jugando esa carta de la relación con el autor. Tienen una relación casi de familia. Stuart Proffitt de Penguin es un ejemplo de editor, director de un sello, pero que además trabaja los textos y tiene un conocimiento de ellos que no se parece en nada a cómo trabajamos aquí.
El Abc sacó un especial sobre la figura del editor, que se titulaba «Editores prescriptores». ¿Tú estás de acuerdo en que el editor es un prescriptor en el sentido de que es el intermediario entre los mil manuscritos que hay y los que llegan a los lectores?
Es un canalizador desde luego, canaliza lo que llega a la mesa y puede crear tendencia: ahí vemos las modas literarias. Cuando un libro funciona, todos vamos a eso. Ha pasado con los libros de la naturaleza, por ejemplo. Fuera se estaba haciendo no ficción narrativa, se ha empezado a hacer aquí y ha funcionado. En Inglaterra es algo muy corriente desde hace tiempo, pero aquí es nuevo y todos lo estamos haciendo. En ese sentido sí que es prescriptor, porque crea tendencia. Pero lo veo más como un canal, un eslabón de la cadena, es el más importante porque es el primero, pero también se podía considerar el más importante el librero, que es el último. Es el que hace de barrera entre el lector y lo tenemos un poco olvidado, pero también puede ser un prescriptor brutal. Un librero enamorado de un libro puede conseguir que ese libro se convierta en vendedor porque al fin y al cabo es el que está en contacto con el comprador final. Pero también está el periodista… ¿Cuál es el eslabón más importante? Habría que verlo.
En Opiniones mohicanas, Jorge Herralde dice: «Me parece que es incompatible ser a la vez escritor y editor en serio… Pienso que el auténtico editor, al igual que el escritor, es un ser un tanto anormal, vampirizado por una profesión que es su vocación radical, y que consiste no sólo en trazar las grandes líneas de su proyecto o en orquestar grandes maniobras o conspiraciones de alto nivel, sino también en cultivar la pasión por los detalles, los detalles artesanales, los benditos detalles, que invocaba Nabokov, con los que está amasada la pasta de la literatura y también la de la edición».
Estoy totalmente de acuerdo y en la parte de que no somos totalmente normales, estoy completamente de acuerdo.
¿Y en qué es incompatible ser escritor y editor?
Eso es algo que también me dijo algún jefe y, en mi caso, ha habido unos años en que ha ganado la parte de editora, pero ahora he llegado a un punto en el que no me puedo permitir el lujo de no escribir. Creo que es verdad. Creo que hay que escoger en un momento determinado. Como en todas las profesiones, si se quiere llegar a un nivel de excelencia. Hay que ver qué vocación tira más. En mi caso, lo paso infinitamente mejor escribiendo, pero a veces hay que dedicarse al oficio porque no siempre nos podemos permitir el lujo de dedicarnos a lo que nos gusta muchísimo. Pero el nivel de creatividad de una persona es limitada, entonces o lo dedicas a esto, a que el libro tenga la mejor portada, el mejor texto, las entrevistas, el remolino que necesita todo libro para que lo empuje o lo vuelcas en crear los personajes, la trama, etcétera.
Te voy a leer otra cita sobre editores, ésta de E.B. White: «An editor is a person that knows more about writing than writers do, but who has escaped the terrible desire to write».
Exactamente. Estoy de acuerdo. Para mí el editor es el monje. Es la vocación, es el celibato. Porque te abstienes de la tentación casi carnal de escribir
Con esto volvemos al inicio, la falta de tradición de un editor de mesa que ayude a un autor, hace que el autor a menudo te mire con cara de tú qué me estás diciendo si tú no escribes.
Escribir un libro no te da la formación para saber editar un libro. No tiene nada que ver haber escrito un texto con poder enjuiciar uno. De Claudio Guillén nadie se atreverá a decir que no podía opinar sobre un texto y no escribió muchas novelas. Escribió Múltiples moradas, que es un manual que no sé si ayuda o no a editar un texto, pero es un maravilloso ensayo sobre literatura comparada.
Cortar sin pedir perdón
Explicar la figura de un editor de mesa, de alguien que trabaja un texto, no sé cuál podría ser la metáfora. Es como un médico que no opera sobre sí mismo. Pero te fías de ese cirujano para que opere sobre ti. Yo entiendo que un cirujano no se corte un trocito de hígado a sí mismo para que yo me fíe de que sabe hacerlo. Es un especialista al que entregas tu salud. De hecho, muchos médicos no tratan a sus familiares por la distancia emocional. Es lo mismo con el texto. Quieres a alguien que no tenga ese punto de vanidad creativa y de egolatría que siempre tiene contar una historia y pensar que puede interesarle a los demás. Al contrario, quieres a alguien que no entre en ese juego. Es un médico que cura tu texto. Tiene que hacer un buen análisis, prescribir lo que necesita el texto para ser bueno y empezar a cortar, que, en general es lo que hay que hacer: cortar sin pedir perdón.
¿Qué os parece? ¿Dejaríais que un editor cortara vuestro texto sin perdón?
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