
En asuntos artísticos no todo tiene que responder a una explicación
Hasta ahora había hablado, sobre todo, de libros de no ficción en este blog. Pero estas vacaciones he decidido leer novelas y relatos de autores que desconocía por completo. Uno ha sido Huéspedes, el primer libro de Julio Botella, publicado por De Conatus. Bueno, si quiero hacer honor a la verdad, a Julio sí le conocía. Hicimos COU en el mismo colegio y después fuimos compañeros en la Universidad Complutense. Él se decantó por la Historia del Arte y yo por la Contemporánea, así que nuestros caminos se separaron hacia 1984 y no volvieron a cruzarse hasta hace dos o tres años, en las redes sociales, gracias a las cuales me enteré de que su ópera prima veía la luz en abril de 2021.
Leí el libro y me dejó sobrecogida; conviví con los personajes durante días (como solo ocurre con los libros que tienen «alma»). Semanas más tarde, releí algunos relatos para esta entrevista y el efecto fue similar, aun conociendo el desenlace. Botella trata el tenebroso asunto del maltrato infantil —físico o psicológico—, con un tacto difícil de igualar, transmite emociones, crea personajes, maneja la técnica del relato con maestría. Consigue que el lector se identifique con alguna historia —o con todas—, pues bien podría ser la suya en algún momento de la vida, o la de alguien muy cercano.
Habrá lectores que digan «no queremos sufrir, queremos entretenimiento». Pero esos mismos también dirán que quieren que alguien levante la voz, que «alguien haga algo». Leer y escribir quizá no sirvan para nada, o quizá sí. Yo diría que, además de ser una lectura necesaria para cualquiera que desee leer Literatura, con mayúscula, es el libro perfecto para llevar a las aulas y explicar el acoso escolar.
Fernando Marías hizo una entrevista magnífica a Julio Botella el día que se presentó el libro en la Librería Alberti. Aunque es difícil no repetir algunas de las preguntas que ya hizo Marías entonces, he intentado enfocar la entrevista desde el punto de vista de cómo escribe Botella, cómo organiza el trabajo. Pero, obviamente, no puedo dejar de mencionar el tema principal de esta obra, que es la violencia que todos somos capaces de ejercer sobre otros, normalmente más débiles que nosotros. De modo que quiero empezar preguntando sobre esto.
¿Se te ocurrió primero el asunto y después escribiste los cuentos, o surgió a medida que ibas escribiendo?
Me es difícil precisar cómo o por qué surge, porque en mi caso, el componente intuitivo (una imagen, una nota, una asociación inesperada) es muy importante. Lo irracional es algo que defiendo y protejo mucho en mi trabajo. En asuntos artísticos no todo tiene que responder a una explicación, un enunciado, un discurso. Muchos de mis cuentos tienen que ver con un final al que me reto literariamente a llegar. Sea lo que sea, emerge como la punta de un iceberg y, casi sin darme cuenta, ahí estoy internándome como un espeleólogo dentro de un bloque de hielo flotando a la deriva, con mi linternita. El tema se manifiesta como tal cuando va aflorando en unos y otros relatos, reclamando el protagonismo que posteriormente adquiere.
El título es algo sorprendente. Ofreces la acepción de la RAE al comienzo del libro. Sé que lo has explicado en otras entrevistas, pero ¿nos lo explicas para esta, por favor?
Claro. Para la Ciencia, en la naturaleza, el huésped es el organismo dentro del que se aloja un parásito y en el libro, los huéspedes son los personajes a través de los que ese parásito metafórico, que une las narraciones, se transmite, se oculta, se camufla y pervive. En este caso, saltando de generación en generación.
En cierta forma, ese parásito indefinible es «el tema» al que te referías antes, desde un punto de vista psicológico, poético, el origen del mal en nuestros corazones, su lucha con la inocencia, las formas que adopta, su transmisión generacional y la transición de las víctimas en verdugos, vista desde diferentes ángulos y compartida con el lector desde diferentes tratamientos. Como la otra acepción de «huésped» es justo la contraria, «el que se aloja en casa ajena», la paradoja, la contradicción, acompañan a los ocho relatos que componen el libro desde el título hasta el final.
Tus cuentos tienen una textura de recuerdo, a veces casi de ensoñación, como ocurre a menudo cuando evocamos la infancia. Se describe un ambiente relajado y tranquilo en el que se va adentrando el lector sin dificultad. Hay una sensación de que algo va a pasar (el lector lo sabe de antemano), pero el ambiente es apacible. Incluso cuando llega el punto álgido del maltrato, ocurre como algo natural, como parte intrínseca de la vida de esos personajes. Consigues que así sorprenda más, aunque, de hecho, suponemos que la realidad es así. ¿Cómo logras esta atmósfera? Es algo completamente pensado y trabajado, entiendo.
Lo es. No solo es algo pensado y trabajado, sino que, a diferencia del origen espontáneo de cada relato, en esta parte del proceso me exijo no dejar nada a la arbitrariedad, a la irreflexión. Es la parte más exigente en términos de atención, redacción, composición, revisión, re-revisión, en términos de tiempo y concentración, y es realmente extenuante. Gozosamente extenuante. Me imagino que es así para todo escritor ¿no?
En ese reto original al que me refería al principio, en el que me propongo llegar a un final, a lo largo del trayecto voy usando, cierta metodología personal, por capas, por magnitudes, por segmentos, con mucha atención a la atmósfera y a la cadencia, aunque por el camino pueda borrar el final original y llegue a otro puerto. Es como estar abducido en Karate Kid y ser el profesor Miyagi y el alumno LaRusso a la vez. Estar condenado a dar y pulir cera hasta que «ya está» y uno puede dormir tranquilo. En este asunto tengo dos grandes referentes literarios, aunque no sé cual era su secreto: Ambrose Bierce e Irène Némirovsky.
Desde luego que son dos de los grandes. Y ¿tú cómo creas cada historia? ¿De dónde surgen? ¿Piensas en un personaje primero?
Volviendo a esa imagen del origen del relato como la punta de un iceberg que aflora inesperadamente, es cierto que cuando eso aflora, lo hace en un caldo de cultivo preexistente —conscientemente o no— que, por razones emocionales o formales, lleva en ebullición, a fuego lento, algún tiempo. Ese fuego, ese combustible puede ser una visión desde la ajenidad y sí, en general, en Huéspedes ha ido cristalizando en un primer personaje en cada relato a través del que voy dejando registro de nuestra inclinación por dominar e imponernos a los otros, sobre todo los cobardes sobre los débiles. Todos menos «Heaven», que, de alguna forma, da un respiro al lector.
Entonces, ¿conoces el final antes de ponerte a escribir?
Digamos que, en general, el detonador puede ser un final, o al menos, un desenlace y a partir de ahí pico y pala. Antes de ponerme a escribir creo que se lo qué quiero contar, pero a veces, resulta que ese final, o ese desenlace, era un espejismo, un señuelo para pasar de largo y descubrir el que esperaba más allá, disimulando. Por resumir, sí, al menos en este libro los finales han sido la excusa para desplegar el resto.
¿Para crear un personaje piensas en alguien real?
Hay quienes no tiene un pase como personas, pero que no tienen precio como personajes. En cambio, hay personas que, si no se les rocía con el polvo de hadas de la literatura, nunca tendrán ni la más mínima dignidad, ni ellos ni los que como ellos estén condenados a un silencio y una soledad cruel.
Dicho esto, yo soy muy de Propp (que, por cierto, no sé si está a la moda cultural o no, si se le atiende en las cátedras y másteres, ni si los bookstagramers lo tienen en el radar). Lo soy en el sentido formalista, claro, con eso de que en una narración hay equis elementos y cada uno cumple su función, sean personajes o no. Y, si para que un personaje cumpla su función con sus atributos, lo tengo que crear poniendo el acento en alguien real, o retales de varios tipos reales, tipo Frankenstein, o usándome a mí mismo, o crearlo desde cero, pues me pongo a ello. Balú sí fue real.
¿Quieres a tus personajes? ¿Odias a alguno?
No odio a ningún personaje, los quiero a todos, sobre todo al perro Balú. Tampoco odio ya a ninguna persona, creo. En el libro salen algunos personajes odiosos, lo que yo llamo los «verdugos», los malos, vamos. Incluso a veces se narra desde su punto de vista, o el antes de que sean tales «verdugos», cuando son las víctimas que muchas veces no dejan de ser, por muy odiosos o culpables que sean. Me prestan sus heridas, su dolor, su contradicción, el mal que albergan, su odio, para apuntar al lector. ¿Voy yo a condenarles más? ¿A maltratarles? No. Dignidad, compasión, redención.
Hablando de Balú, aparece varias veces y algún otro personaje también. Hay un nexo de unión entre todos los cuentos, que no solo es la violencia o el abuso. ¿Qué objetivo perseguías con esta unidad, con este conjunto?
No había escrito Huéspedes pensando en esa homogeneidad, aunque los relatos que forman este libro prevalecieron como selección frente a otros relatos, precisamente por tener en común ese caldo de cultivo del que te hablaba antes. Más o menos todos estaban salpicados por algún elemento común, personajes, atmósferas, episodios, referencias, hasta la repetición de algunos recursos lingüísticos asociados a esas pautas.
Lograr dar voz a esa unidad y que se convirtiera en uno de los elementos clave del libro, es algo que tengo que agradecer a Silvia Bardelás, directora editorial de De Conatus y enorme escritora. Ella me dio la confianza y el impulso para ahondar en donde antes sólo había rascado. Así, cada relato de los ocho que componen la colección funciona por separado, pero el conjunto funciona como un noveno relato.
Vender libros de relatos es complicado. ¿Por qué uno dedicado a un solo tema? ¿Por qué no escribir una novela? ¿Te has propuesto escribir una? Escribiste una de joven, y quedaste finalista en Premio Joven y Brillante de novela en 1997. ¿Qué diferencias encuentras entre una novela y un libro de cuentos a la hora de trabajar?
Yo no sabía que vender libros de relatos era más complicado que vender novelas, pensaba que era al revés. Me enteré hace poco y la verdad, me da igual. Tampoco suscribo tantos argumentos que siempre se oyen a favor o en contra de uno u otro formato, por Dios, ¡que ya somos mayores! Escribí Huéspedes mucho después de la novela de juventud que mencionas y en un momento de mi vida en que por circunstancias personales era más práctico y realista dejar la novela con la que estaba, para abordar extensiones más cortas. En la chistera tengo novelas, más relatos, y Engendros de Formato No Identificado, y espero poder compartirlos con el lector si la salud y los recursos me lo permiten, independientemente de las esclavitudes o cánticos del mercado.
A la hora de trabajar, la diferencia más importante para mí entre una novela y un relato, simplificando groseramente, es que la novela exige un nivel de concentración tal, a lo largo de un periodo de tiempo en general prolongado, que, o tienes la seguridad de que dispones de ese tiempo o, mejor, esperas. Por respeto a la propia novela, a tu trabajo, y a la literatura. El relato también exige tanta o más concentración si cabe, pero en periodos de tiempo más cortos. Una vez que acabas un número en una pista del circo, puedes descansar y pasar a otro número en otra pista. En la novela vives meses, como poco, con números simultáneos en todas las pistas a la vez, y si te «des-sintonizas», bueno, mejor no pensarlo.
Fernando Marías decía que la sombra el cuento titulado «Shangri-La» (que es uno de los que más me gustó, por cierto) podía interpretarse como la oscuridad que atraviesa todo el libro. Pero le dijiste que esto no es algo que tú pensaras conscientemente. ¿Hay algún otro elemento que hayas descubierto después de escrito el libro? En la entrevista con la Librería 80 Mundos te hicieron notar que la mayoría de los personajes más compasivos eran mujeres. Y tú respondiste que no eras consciente de esto.
Es cierto, a veces los lectores descubren o me hacen ver aspectos de los que yo no era consciente y tengo que rendirme ante la evidencia de que el libro ya no es mío, es, felizmente, suyo, y resuena reconstruyéndose de forma diferente cada vez que alguien empieza a leerlo, me imagino que por esa mágica conexión propia de las artes ¿no?

Otras veces creo que no se ven «cosas» que para mí son clarísimas. El otro día alguien me dijo que le recordaba a las películas de David Lynch. Te juro que en ningún momento de todo el proceso ni lo pensé, ni lo usé, ni por asomo se me hubiera ocurrido. Esa noche no pude dormir del placer. Es un piropazo. Otra persona hizo una reconstrucción de las relaciones entre los personajes, incluso de su identidad en uno u otro relato, completamente diferente a mi «esquema», que yo nunca me hubiera imaginado, pero ¡que funcionaba también a la perfección! Y otra estaba emocionada por el uso de recursos propios de los Looney Tunes en uno de los relatos. Eso aún lo estoy asimilando. ¡No sé cómo tomármelo!
[Julio se ríe y yo también. Tendré que releer el libro para entender esta referencia].
Si me permites una pequeña digresión, esto es algo que en cambio tengo muy asumido en mi trabajo como artista plástico y que posiblemente esté también aquí. Es el uso deliberado del fenómeno de la pareidolia para que la pieza solo esté concluida cuando el espectador la mire y la reconstruya en su mente; cada vez que eso ocurre, generalmente, de una forma única y diferente en cada receptor. Estaré haciendo pareidolia narrativa, no sé.
A veces, al escribir no estamos pensando en una metáfora concreta, pero al terminar una historia y revisar, nos damos cuenta de que está ahí. ¿Te ha pasado con alguno de los cuentos?
Sí me ha pasado, y es muy buen ejemplo el que ponías de «Shangri-La». Pero más que descubrir en el texto metáforas «ocultas», lo que sí me pasa es que a veces creo ver en la realidad cosas que solo puedo explicar como «síntomas metafóricos» de algo que no es evidente, pero que, o termina siéndolo, o se escribe. Algo de esto, con toda su crudeza, está en el libro y creo que en el fondo, en mi impulso por escribir y en el de tantos otros. Esa visión poética.
El escritor colombiano Ricardo Silva Romero lo ha explicado muy generosamente bien en el texto de la cubierta del libro cuando dice que Huéspedes es un «vaivén de la realidad a la mirada […] y de la ficción de la memoria a la ficción de los hechos […]». Me halaga, pero me da miedito.
Has dicho varias veces que no eres experto en este tema. ¿Por qué lo elegiste? ¿Lo conoces de cerca? ¿Tenías un objetivo concreto al escribir el libro?
Si te refieres al maltrato, no soy ningún experto, pero que levante la mano quien no lo haya sufrido y hasta me atrevería a decir quien no lo haya ejercido en alguna de sus formas en algún momento. No somos las criaturas que nos gusta creer que somos. Pero, a pesar de que no hay una elección consciente al inicio, al ser ese tema el «parásito» que recorre los relatos, la manifestación más terrible y cotidiana del caldo de cultivo que mencionaba antes, asumo que estoy hablando de eso y de hecho lo trabajo con todo el esmero que puedo.
¿Crees que la literatura puede ayudar de alguna forma a paliar problemas tan sobrecogedores y complicados como el maltrato?
Creo que fue Ana María Matute, refiriéndose a Ignacio Aldecoa (dos referentes imprescindibles para mí), quien dijo que su literatura lograba dignificar a los que, por su soledad o su silencio, no tenían la voz para hacerlo. En la medida en que la literatura da esa voz y alivia ese dolor, aunque sea a nivel individual, sí, ayuda. Y si esa ayuda mueve conciencias colectivas, mejor.
¿Os ha gustado la entrevista? A mí me parece que las respuestas de Julio Botella tienen un tono igual de literario que sus relatos.
Deja una respuesta