
El otro día en Twitter una persona —con un trabajo fijo, según su perfil— dijo que un gran grupo editorial le había ofrecido un proyecto por el que pagaban las mismas tarifas que en 2018. Le parecía insultante (que conste que a mí también). Se preguntaba por qué pueden mantener las mismas tarifas durante cuatro años y, acto seguido, llegaba a la conclusión de que era porque los «compañeros» las aceptábamos. El mensaje final era: «No os ayudáis, compañeros, solo enriquecéis al patrón». Además de parecerme viejuno, el comentario me recordó muchísimo a las cantinelas de los políticos. «Si hay crisis energética, será porque VOSOTROS, ciudadanos, ciudadanas y ciudadanes, plancháis a deshora». «Si el planeta está hecho unos zorros es porque TÚ no has sido capaz de entender dónde se tira la loza y la has tirado al contenedor del cristal». Pero no le faltaba razón. Es increíble que las tarifas de corrección no suban.
La misma tarifa de todos los años
Respondí que lo más insultante no es que las tarifas sean las mismas desde 2018, sino que han menguado considerablemente desde 2001, y añadí que, dicho eso, no creo que a todo el mundo le sea tan fácil rechazar un trabajo. El año 2001 no lo elijo de forma aleatoria (o random, que dirían los jóvenes de hoy día). Lo recuerdo bien porque fue el año que empecé a trabajar en Taurus —que por entonces era un sello del Grupo Santillana—, y fue el de la llegada del euro. Cuando yo entré allí en marzo, se estaba pagando 1,10€ o 1,20€ los 2.100 caracteres. Utilizábamos esta unidad de tarificación (en traducción se sigue utilizando) heredada de los tiempos en que se escribía a máquina y se calculaban los precios por folio. Los folios tenían alrededor de 2.100 caracteres (en algunas editoriales se contabilizaban 2.900, que era mucho peor para el corrector o traductor).
A finales de 2001, los sellos de Santillana se pusieron de acuerdo para subir la tarifa y, además, para cambiar la unidad de medida a 1.000 caracteres en lugar de 2.100. Se estableció la tarifa de corrección de estilo (o edición) en 1,30€ /1.000 caracteres. Era una subida considerable, al cambiar el sistema de recuento. Nuestros correctores estaban absolutamente felices. Por un libro de 350.000 caracteres se embolsaban 455 euros (75.530 de las antiguas pesetas), que a lo mejor ahora no os parece un dineral, pero os aseguro que entonces era un dinerito.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) en el año 2000 podías hacer con con 570€ lo que hoy haces con 1.000€. Pensemos que, por los inicios de este siglo, comíamos un menú más que decente por 6€ (1.000 pelas) y nos tomábamos un café por 60 céntimos de euro (100 ptas., como mucho). Ahora no encontramos un menú por menos de 12€ o 15€ (en Madrid esto es cada vez más difícil) y el café no baja de 1,20€ en cualquier bar. Luego es evidente que 75.530 ptas. o 455€ por editar un libro de menos de 200 páginas estaba bastante bien pagado.
Avancemos hasta la actualidad, año 2022. Hoy, la mayoría de los grandes grupos pagan —con suerte— 1,20€ /1.000 caracteres por una corrección de estilo. Cuando digo corrección de estilo me refiero a reescribir partes enteras, sugerir cambios de envergadura al autor, rehacer la estructura, proponer un nuevo índice y hasta un título… Por ese trabajo, por ese libro de 350.000 caracteres hoy nos pagarían 420€. No solo son 35€ menos (VEINTIÚN AÑOS DESPUÉS), es que hoy, con esos euros hacemos la mitad de lo que hacíamos en el año 2001. Pongamos que ese trabajo nos lleva entre siete y diez días. ¿Cuántos libros tendremos que leer para tener un sueldo razonable al mes? Por no hablar de que, a menudo, no se puede contar con ese dinero al terminar el trabajo sino TRES O CUATRO meses más tarde. (Ya hablaremos de esto también. Merece varios posts).
Correctores y mercenarios
Por eso, los correctores y editores nos tenemos que buscar la vida en otros lugares. Trabajamos para particulares, y para empresas e instituciones que no son editoriales. Aunque a mí, personalmente, me gusta mucho seguir en contacto con el mundo editorial y trabajo con grupos grandes y editoriales pequeñas. Y, sí, muy a menudo acepto tarifas que me parecen indignantes y siempre se lo dejo saber al editor. Si solo viviéramos de corregir para editoriales, moriríamos en el intento y no tendríamos para pagar el entierro. Pero la culpa de que estas tarifas sean así de lamentables no la tenemos quienes las aceptamos. La tienen quienes las ponen y ellos tendrán que explicar sus motivos. Yo solo quería contar cómo han menguado las tarifas en estos veinte años, a colación de lo que dijo esa tuitera que tenía razón, en principio, pero que me pareció un poco fuera de lugar y un poco fuera del mundo (editorial).
Quienes aceptamos estas condiciones de trabajo tenemos motivos de lo más variado para hacerlo, siendo el más importante (¡sorpresa!) que tenemos que pagar las facturas. Con un ingreso fijo, es fácil rechazar una tarifa baja o una fecha de entrega apretada. Y más fácil todavía juzgar a los demás. ¿No os parece?
Estupendo y real como la vida misma. He oído cantidades por piezas (en este caso, escribir) que son irrisorias, de pequeñas y de causar risa, porque realmente hay veces que se ríen de nosotros.
Gracias, Juan. Tú lo sabes bien… He pensado en decir algo de las tarifas de redacción, pero lo conozco menos y no quería irme por los cerros de Úbeda. Es incluso peor, porque te venden la moto de la «visibilidad» y pretenden que escribas gratis total. En fin, ¡tendremos que seguir peleando! Abrazos grandes.
Completamente de acuerdo, Ana, es muy fácil juzgar, desde una situación estable, con ingresos fijos, el hecho de que los correctores/editores externos nos veamos obligados a aceptar determinados trabajos con tarifas indecentes porque tenemos que intentar sobrevivir. Y habla de 2018, pero yo, en un par de casos, sigo cobrando tarifas de cuando empecé como autónoma en 2005… Ah, y algunos editores tardan casi un año en pagar. Vamos, para llorar. Beso enorme
¡Hola, Marisa! Tú y yo lo sabemos bien. Sobre la tardanza en pagar también debería escribir un post. A ver por dónde empiezo, jajjja. Te mando un abrazo.
Entiendo y aprecio el trabajo del corrector, pero a veces solo se piensa al hablar de cantidades en grandes éxitos de ventas o de editores formales y no en los libros autoeditados que son cientos de miles.
Los sueldos de todo el mundo no han ido precisamente para arriba. Una novela de algo más de doscientas páginas puede suponer unos 2000 euros con corrección de estilo y ortotipográfica. Eso supone de facto, dos meses de trabajo 8 horas al día 25 días por mes de mucha gente. O si quieres un buen sueldo de una persona trabajando 200 horas.
Si a esto le sumas, maquetación y portada, como poco, estamos hablando de unas cantidades desmesuradas para la mayoría de la gente de a pie. El resultado es que son servicios que no se pueden contratar.
Creo que quizás estaría bien que los correctores valorasen el tener distintas tarifas, por ejemplo, hacer un trabajo para un particular por X dinero, con la condición que si entra un trabajo profesional quede en espera, por ejemplo. No sé, debería haber mayor flexibilidad.
En mi caso no he tratado de conseguir mejores precios, si no lo puedo pagar, no lo contrato. Quizás es que soy muy mal negociador, o que realmente respeto y entiendo vuestro trabajo.
Gracias, Juan. Entiendo lo que dices, pero esas cantidades de las que hablas son las que permiten que los correctores podamos pagar el alquiler, la luz y la comida. Y no te creas que nos sobra para ahorrar. Claro que tenemos diferentes tarifas. Suelen ir en función de la dificultad, del tiempo, de la extensión, etc. Las tarifas que hay en el mercado ahora mismo son más que razonables. Sobre todo si piensas que apenas han subido desde hace ¡veinte años! A las personas con nómina seguro que les han subido el IPC por lo menos. A nosotros no. Pero sí nos han subido el alquiler, la gasolina, la cuota de autónomo, la luz, la comida… Es imposible ajustar más nuestras tarifas, te lo aseguro.