
La historia que tejió Guillermo
Guillermo Borao, autor de La Sastrería de Scaramuzzelli, nació en Zaragoza en 1990. Se graduó en Periodismo en la Universidad San Jorge y tiene un Máster en Cine y Televisión por la Universidad Carlos III de Madrid. En 2016 le concedieron una beca en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores y allí empezó a tejer esta historia, que le bullía en la cabeza desde mucho antes, desde que se marchó a Inglaterra a buscarse la vida. Durante más de un lustro, Guillermo tejió y destejió, escribió y reescribió hasta que el libro vio la luz en septiembre de 2022 en Roca Editorial.
Yo le conocí en 2020, en pleno confinamiento. Nuestra amiga común, Ana García D’Atri —con la que también he hablado en el blog—, organizó un grupo de escritura para que los días de encierro pasaran con un poco de alegría y algunos deberes. Escribíamos un relato por semana, primero por Skype y después por Zoom. Cuando por fin nos pusimos cara, Guillermo nos habló de su novela, nos leyó el principio, nos contó cómo se le había ocurrido la historia y compartió algunas de sus preocupaciones.
Estaba terminada, pero él sabía que necesitaba releer, pulir, editar. A mí, por deformación profesional, me interesó saber cómo había sido esa fase, la de la reescritura, la de tirar partes enteras a la basura sin miramientos. Por eso le pedí que aquí hablara de esto y no tanto de lo que ocurre en esta sastrería. Para eso, hay que leer la novela que os recomiendo vivamente. Una historia preciosa, en forma de fábula, sobre el temor a los cambios, sobre el amor a la familia, sobre la esperanza que nunca hay que perder, sobre lo fácil que es corromperse y sobre lo importante que es saber distinguir lo que es importante.
Trabajar con un esquema
Recuerdo oírte hablar de un mantel sobre el que escribiste el desarrollo entero de la novela. Luego he visto que lo cuentas en alguna entrevista. ¿Eso quiere decir que no empezaste a escribir hasta que tuviste trazado el esquema entero de la novela?
Estuve casi un año construyendo toda la historia en la cabeza antes de poner la primera palabra. El tiempo en que viví en Londres salía a correr por las noches para hilar lo que ocurriría en cada capítulo. Siempre me ha parecido que somos más creativos en movimiento. No sé si es por la sensación de libertad o porque el cerebro se confunde y les exige más velocidad a las ideas que a las piernas; a cierta edad comienza a ser más fácil. Recuerdo que las últimas noches aceleraba al pasar por el cementerio de mi barrio, el que luego aparece en la novela, y había memorizado tanto que repetía frases de alguna escena, aunque todavía no estuviera escrita.
¿Conocías el final de la novela?
Sí. Supongo que es un procedimiento importado de la manera en que escribo los relatos, porque siempre parto desde el desenlace. Por paradójico que pueda parecer, en el fondo es el orden natural cuando hay un propósito filosófico o fabulador. Primero tienes ese mensaje al que quieres llegar y luego levantas el laberinto. En la historia de La sastrería de Scaramuzzelli supe enseguida cómo revelaría el juego de la ausencia y del destino. Añadí unas páginas imprevistas con la novela concluida, cuando se murió mi perra con poco más de un año. Me enseñó un camino con algunas sombras para darle otra vuelta al giro final.
En la entrevista que te hacen en la Universidad de San Jorge dices que nuestra amiga, Ana García D’Atri, te hizo correcciones. ¿Qué tipo de correcciones eran? ¿Te sugería grandes cambios en la estructura o en los personajes?
Cuando le envié la novela años más tarde, había visto a Ana en una sola ocasión, en una de las visitas que nos hacían a la Fundación Antonio Gala personas relacionadas con la cultura. Qué suerte que viniera ella, la verdad. Ahora que conozco algo más los vericuetos del mundo literario, me sigo preguntando cómo una editora que no tiene relación contigo, y que no te puede publicar, no solo te regala su tiempo al leer tu manuscrito, sino que revisa con detenimiento el texto y te lo devuelve con anotaciones, sugerencias y correcciones de todo tipo. Recuerdo que entonces me señaló que me había excedido con frases hechas y sinonimias. Por supuesto, con todo en ciernes, encontró más erratas de las que un autor, por muy novel que sea, se debe permitir cuando comparte su trabajo con un profesional. Sobre los personajes y la estructura también marcó algunos detalles. Me acuerdo de que no le convencieron los títulos de los capítulos, y me alegro de que así fuera, porque me obligó a pensar en una forma que refuerza el sentido de la obra: ahora se encabezan con las últimas palabras de las frases de cierre.
Corregir y cambiar el enfoque
También en esa entrevista, dices que de repente te diste cuenta de que habías planteado mal el enfoque. ¿Eso qué tipo de corrección requiere? Supongo que una reescritura completa ¿no? En este momento, ¿te desanimas, lo quieres abandonar? ¿O te gusta reescribir?
Tomé dos malas decisiones. La primera, que hubiera una parte contada por William Langhorne. En esta novela, el protagonista es un mero espectador, un personaje imperfecto, como todos lo somos en la historia de nuestra vida. Su voz no nos importa. Cuando llevaba poco más de 15000 palabras, reescribí el grueso y opté por un narrador omnisciente para toda la obra. La segunda fue la ubicación del lugar inventado. Me había documentado sobre la Inglaterra de finales del XIX, había vivido en Inglaterra, me imaginaba las calles de Inglaterra. ¿Por qué, de repente, darle nombres españoles solo por acercarla? En dos palabras puedes destrozar la imaginación del lector, sea cual sea la época, incluso sabiendo que es crucial el tiempo en el que se desarrolla. No es lo mismo decir “hombre rico” en Qatar que en Huesca. Con un solo adjetivo, como “elegante”, puedes pintar personajes totalmente opuestos. Pero nunca me desanimé. La corrección forma parte del proceso natural de la escritura; te curte, te ayuda a conocerte mejor, te da herramientas para afrontar nuevas situaciones y saber elegir.
Una novela no se escribe como un guion
Como trabajas en el mundo del cine (Guillermo es director de proyectos de marketing en eNubes) se podría pensar que estructurarías el libro como un guion. ¿Pensabas en la posibilidad de llevar el libro al cine mientras escribías?
Desde el principio, quise que esta historia fuese muy visual, muy cinematográfica, pero me parece un error estructurar una novela como un guion. Son lenguajes distintos con propósitos distintos. Estudié un máster en Cine y Televisión con la mitad de la obra escrita, y esa formación me confirmó que andaba por buen camino, que en narrativa no debes ir con una cámara al hombro, sino guiando, o engañando, a quien la lleva. Ya lo decía Tarkovski, un buen guionista no tiene por qué ser un buen novelista. Y viceversa.
¿Cuántas veces has reescrito la primera frase, el primer párrafo, la primera página? Me contaste que cortaste muchísimo texto. ¿Por qué?
A excepción de mi primera reescritura, tampoco demasiadas. A mi esquema inicial le añadí algunos pasajes nuevos y también un capítulo introductorio. Cuando llevaba algo más de la mitad, hice una revisión y me di cuenta de que necesitaba comenzar con la llegada de aquel que algún día lo cambiaría todo, con la premonición que Joseph Langhorne comparte con su hijo. Igual que Caronte transportaba a los muertos al reino de Hades, a mí me hacían falta unos cocheros que trasladaran al lector de la aparente realidad a la fábula. Recortar el texto al final fue por limpieza, y también porque me pude permitir el lujo de dejarlo reposar durante meses y verlo con otros ojos. No hay nada como tomar distancia para desencariñarte de párrafos que de otro modo nos costaría retocar o eliminar.
Releer y reescribir
¿Cuántas versiones has hecho de la novela? Vargas Llosa dice, en La realidad de un escritor de la editorial Triacastela, que deja de corregir cuando empieza a odiar el texto y a no querer saber más de él. Pero también dice que la edición es la parte con la que más disfruta de la escritura. ¿Tú disfrutas escribiendo? ¿Sufres editando?
El último documento de Word, antes de enviárselo a Roca Editorial, tenía de nombre V2.7. Ahora bien, no sé si de alguna versión podría haber sacado unos cuantos decimales… Para mí ha sido un proceso de aprendizaje excepcional, imprescindible por muy duro y sacrificado que fuera en ciertos momentos. Me había acostumbrado a escribir un relato, darle alguna capa o pincelada y cerrarlo. En esta historia el texto se removía, se agitaba continuamente, y creo saber por qué. Virginia Woolf opinaba que un escritor debería publicar su primera novela a partir de los treinta. Yo empecé a crearla con veinticinco y sale a las librerías con treinta y dos. Y no son siete de años de aislamiento, sino de viajes y constantes mudanzas, una beca de residencia con jóvenes artistas, un nuevo oficio en la industria del cine, vaivenes, dudas, contratiempos y también amor, que tanto nos descentra. En cada relectura uno cambia tanto que siente que varias partes del texto no evolucionan con él. Entiendo a Vargas Llosa, aunque en una ópera prima nunca deberíamos llegar a odiar el texto. Hay que perseverar. Es nuestra oportunidad de enseñarle al mundo lo mejor de nosotros.
¿Qué os parece? ¿Habéis reescrito varias veces uno de vuestros libros?
©La fotografía de Guillermo es de Pau Sanclemente.
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