
Una conversación con la editora Ana García D’Atri
He estado hablando con Ana García D’Atri —en la imagen, en el Instituto Cervantes de Toulouse— sobre lo significa ser editor de libros. Tengo la sensación de que es un trabajo que no se termina de entender, entre otras cosas, porque utilizamos la palabra «editor» para hablar de funciones diferentes dentro de una editorial. García D’Atri lo define como la persona que contagia el entusiasmo por los libros y por la lectura. Y es que, gran parte del trabajo del editor consiste en convencer a otros (directores, marketing, libreros…) de que su descubrimiento, el descubrimiento de un libro, merece la pena. Ser editor consiste en buscar nuevos escritores y contagiar el entusiasmo por sus libros. Una vez contratados, el editor debe guiarlos durante el tiempo de trabajo y acompañarlos en la aventura que es la venta y promoción de ese trabajo.
García D’Atri empezó Sociología, en la Universidad Complutense, pero después de dos años, se pasó a Periodismo. Antes de terminar la carrera, ya trabajaba en el Grupo Zeta. Un día de 1995, hablando de una novela con Enrique de Hériz, director de Ediciones B (entonces un sello del mismo Grupo Zeta, hoy de Penguin Random House), este le preguntó si querría trabajar para ellos. Así pasó de la agencia de noticias, donde hacía Cultura, al mundo de los libros. Allí estuvo cinco años como editora de no ficción y publicó éxitos como Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola Estés que se reeditó en 2018 y sigue vendiendo.
Siendo editora, terminó los cursos de doctorado en Literatura y Artes Plásticas, pero no ha hecho la tesis todavía. En 2001 entró en el Grupo Planeta como editora senior de ficción española de Editorial Planeta. En 2018, tras un breve paso por la política municipal, volvió al mundo de los libros para fundar su propia editorial, El mono libre. Además, trabaja como editora autónoma y da clases de edición en el Máster de Edición VIU-Planeta.
¿Qué papel dirías que tiene el editor de libros en la cultura? Cuando digo «editor», me refiero a la persona que decide qué se publica porque tiene una editorial o porque es quien contrata los libros en un grupo editorial.
Yo creo que es la persona que contagia el entusiasmo por los libros y por la lectura. Es alguien a quien le encanta la literatura, le encanta leer —a veces le encanta escribir—, y lo que hace es transmitir. No es la carretera por la que se transmite, es el propio motor del entusiasmo. Es quien tiene que crear esa ola en la que todos se van subiendo como si fueran surfistas para navegar sobre el libro. Es el que lo pone en marcha.
«El editor es la persona que contagia el entusiasmo por los libros»
Los textos están ahí, se han recuperado muchos textos internacionales y nacionales gracias a que un editor se entusiasmó. Pero incluso hay libros dentro de una editorial que están vendiendo estupendamente y es un editor el que se fija y decide ir más allá. Fue el caso de La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón. Emili Rosales, director de Destino, (sello del grupo Planeta) se fijó en las ventas constantes de ese libro. Además, le encantaba la novela y decidió apostar. El editor es el mejor apostador por los libros.
Me encanta la definición. Se habla poco del editor como persona que contagia ese entusiasmo. Se le ve como alguien enterrado en textos, buscando una coma fuera de lugar. Tú, después de trabajar en dos grandes grupos editoriales has decidido transmitir el entusiasmo a través de tu propia editorial y es de no ficción.
Le di vueltas a si debía montar una agencia literaria, una librería o una editorial y en el camino se me cruzó un editor que había comprado los derechos de un libro antes de tener una editorial. Me fascinó que alguien fuera tan osado como lo fui yo en mis inicios (espero no serlo tanto ahora). Le aconsejé sobre cómo editarlo y distribuirlo, y me di cuenta de que, dentro de los campos del mundo del libro, el de la edición es el que conozco más y en el que arriesgas, pero apuestas por lo que crees. Es decir, dejas de ser un intermediario, como decía antes, eres el motor. Eres de donde nace la posibilidad para los autores de publicar el libro.
«Solo hago los libros en los que creo»
Me interesa mucho tener mi propia editorial porque, lógicamente, solo hago los libros en los que creo. Y ¿por qué hacer no ficción? Los pequeños sólo podemos tener éxito si nos especializamos en áreas muy limitadas y yo tengo claros mis campos de interés. Me parece que en este momento coincido con unos lectores a los que les interesa el cine, la memoria histórica y el cómic.
Empezamos publicando Haneke por Haneke, que vendió razonablemente bien, y en febrero vamos a sacar la tercera edición de La retirada, de Georges Bartolí. En 2021 queremos publicar cuatro libros. Los dos primeros serán Las mujeres que sabían demasiado, de Tania Modleski, sobre el cine de Hitchcock y el feminismo; y un cómic estupendo traducido del francés que se llama El ladrón de libros, de Alessandro Tota y Pierre Van Hove.
Estoy convencida de que podemos conectar con esos lectores y no aspirar a más. Novela hace todo el mundo, la hacen los grandes y la hacen muy bien. Sería muy difícil ir por ese camino. Por no decir que toda la gente que conozco escribe novelas y me costaría… [Risas, risas. Nos reímos y lo dejamos ahí].
Ahora que dices que toda la gente que conoces escribe novelas, hay muchos editores que son escritores. Pero Jorge Herralde, en sus memorias, Opiniones mohicanas afirma que no se puede ser las dos cosas. ¿A ti qué te parece?
Yo creo que se puede ser las dos cosas y hay grandes ejemplos. Quizá el mejor sea Italo Calvino, el primero que me viene a la cabeza. Fue un magnífico editor. Su correspondencia con autores y editores está publicada en Siruela. Pero hay muchos más, Enrique de Hériz, a quien he mencionado antes, fue editor antes que escritor y traductor; Emili Rosales, del que también hemos hablado, es autor y editor; Esther Tusquets, etc. Hay muchos en la historia de la edición en España y en otros países. También creo que el mejor juez del autor es él mismo, por encima del editor, lo que pasa es que exige un ejercicio de honestidad que es muy complicado para uno mismo.
Lo que sí creo es que es bueno es que los editores nos enfrentemos al hecho de escribir y pasemos por la dificultad de comunicar lo que escribimos. Desde que intento escribir un poco más en serio, me ha cambiado la perspectiva respecto al editor. Antes presionaba con más facilidad a los autores y les aconsejaba sobre la comunicación o sobre cualquier otra cosa. Ahora me doy cuenta del amor que se tiene a cada línea, cada párrafo, entiendo lo que cuesta sacrificar un capítulo si el editor lo recomienda.
En ese sentido, es distinto el trabajo en no ficción, que en ficción, ¿no crees?
Efectivamente, en ficción, en general, se trabaja más con libros ya escritos. En no ficción se trabaja mucho con proyectos. Tú lo conoces perfectamente: te mandan una propuesta editorial, trabajas con las agencias, miras la prensa internacional… En ficción, mi trabajo fue buscar autores que me interesaban, ya fueran de editoriales grandes o pequeñas, hacer un seguimiento de ventas y con esos datos —por un lado económicos y por otro de calidad y de entusiasmo— me dirigí a ellos o a la agencia para intentar editarlo.
¿Y en cuanto al trabajo con el texto, qué diferencias hay?
En principio, la no ficción da más trabajo que la narrativa. La novela, en general, llega acabada y para publicar. En casos excepcionales necesita una corrección de estilo o una corrección sin más. Por ejemplo, de mi etapa en Planeta son Santiago Posteguillo y Matilde Asensi. Son autores que ya estaban hechos, aunque publicaran en editoriales pequeñas, como el caso de Posteguillo. Él se había iniciado en editoriales pequeñas y después había publicado en Ediciones B. Ahí el trabajo fue ver su trayectoria, porque nosotros creíamos que los podíamos llevar a una venta mayor y así fue. En estos dos casos, el trabajo con los textos era mínimo. Se comprobaba la coherencia de los textos —esto lo hacía mi compañera Puri Plaza, que es muy buena haciendo esto—, pero no tocábamos el estilo.
En novelas históricas de mil páginas o trilogías hay que vigilar que al autor no se le escape ningún fleco, porque manejan muchísima información. En algún caso de nuevos autores o autores que proceden de otro campo, como el periodismo o lo que podía ser ahora un influencer o un youtuber (yo no he llegado a trabajar con estos perfiles, pero ahora hay muchos) sí hay que repasar los textos con los autores. A veces teníamos encargos, en otros casos podían ser autores muy ocupados con su trabajo principal que podía ser la televisión, por ejemplo y nos iban entregando parcialmente para poder acompañarlos y ver si se salían de lo que se habían propuesto.
Al hilo de esto que dices, ¿crees que los autores entienden bien la labor del editor?
Creo que la clave está en el respeto mutuo. Como he dicho antes, creo que el autor es el que mejor conoce su obra. Si yo hoy tuviera que decirle algo a Clarissa Pinkola Estés le diría que, a pesar de que su libro Mujeres que corren con los lobos, es un éxito en España, sigo pensando que es un libro hermético. Es decir, que el hecho de publicar o de que sea un éxito no garantiza que los textos estén impecables, ni que el editor sea dios para dejarlos absolutamente inmejorables. Los autores, sobre todo los que han publicado poco, no entienden nada, no entienden por qué se les rechaza y entiendo que no lo entiendan.
«La clave de la relación entre editor y autor está en el respeto mutuo»
Los editores son compañeros de viaje que intentan que el autor cuente lo que quiere contar de la mejor forma posible adecuado a su estilo. Si en algún momento cree que derrapa, avisa o comparte sus dudas sobre el terreno en el que está pisando.
Pero el mundo editorial está lleno de errores, algunos de ellos falsos, como el de Cien años de soledad, en Barral, según dice Malcolm Otero. Algunos rechazos son reales y otros no, y seguro que algunos de los falsos han sido buenos y otros no. El editor no es dios. Tiene que contar con la complicidad del autor y el autor con la del editor, para tener claro que ambos están intentando que el resultado final sea el mejor. Tanto en la forma de escritura como en lo que viene después: cómo se comunica, qué se cuenta, qué tirada se hace… En la medida en que va a tener que confiar en el editor, quizá podría confiar un poco más.
Es muy complicado combinar la prudencia y el respeto por lo que a veces te parece que puede estar fallando. Es cuestión de tiempo ganarte la confianza del autor.
Ahora que has dicho que el editor no es dios, Stephen King en su libro Mientras escribo (On Writing) dice: «escribir es humano, editar es divino». A mí me encanta que lo diga; además, añade muy tajante: «el editor siempre tiene razón». Pero no puedo estar de acuerdo. Me parece excesivo. ¿A ti?
A mí también me parece excesivo. El editor no es un montador de cine. Se dice que el montador es, en parte, otro director. El editor, si hace su labor con respeto y con prudencia, no es un autor. No puede transformar totalmente la obra y no debe. En narrativa, sobre todo, no debe. Si no, ¿para qué ha contratado esa obra y a ese autor?
Otra cosa es una obra de encargo donde haya habido muchas dudas y el autor se haya puesto en manos de la editora para hacer el trazado. Ahí tiene una intervención mayor. Pero yo creo que los escritores están para escribir y los editores para entusiasmarse y ayudar un poco. Solo un poco.
«El editor no es dios»
Al rechazar textos sí me he sentido mal y con bastante distancia de los autores, porque te tratan como si tú tuvieras la responsabilidad de juez. Muchas veces he respondido: «soy una lectora más», no por falsa modestia, sino porque estás desempeñando un trabajo, los que tienen que estar seguros de su trabajo son los escritores. No puedes anular, ni elevar una obra que no tenga algo de valor. Hay que partir de algo real, el editor puede ayudar, puede mejorar, pero puede estropear también. [Más risas].
¿Qué le dirías a alguien que quiere ser editor? ¿Qué se necesita?
Le diría que necesita pasión lectora y leer despacio. Creo que uno de los problemas de este oficio es que hay que leer muy deprisa muchas cosas a la vez y a veces navegamos sobre una laguna primigenia en la que no hemos leído cosas que nos podrían aportar criterios múltiples. El editor de narrativa lee mucha novela, pero a lo mejor no lee relato, no puede leer ensayo o no puede leer en otros idiomas, por falta de tiempo. Para llegar a ser un editor con criterio o con gusto, que pueda orientar a los autores con ejemplos —que creo que es la mejor manera de ayudar— tiene que haber leído mucho y haber leído bien. Haría más hincapié en leer despacio que en leer mucho. Es una cosa que se nos ha exigido y que hemos hecho todos, leer mucho, pero a lo mejor, recordar poco.
«Leer despacio y leer bien es más importante que leer mucho»
No puedo estar más de acuerdo con esto último. Lo hacemos todo con prisa y leer es una actividad que no puede acelerarse. Hay que leer despacio y leer bien. Solo así podremos contagiar el entusiasmo a más lectores. ¿No os parece?
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