
En este post decía que he dedicado el verano a leer libros de autores que no conocía. Pero también he leído algunos de autores conocidos. Cualquiera que trabajara en el mundo editorial a finales del siglo pasado conoce a Mario Muchnik. Imagino que la mayoría de los editores de mi generación han leído o, al menos, han oído hablar de su obra autobiográfica Lo peor no son los autores. Cuando salió, a finales del siglo pasado, nos lanzamos todos a comprarla. Nos parecía que el título por sí solo ya merecía algún tipo de premio.
En una época se hablaba de él con la misma admiración con la que se habla de Steve Jobs en el mundo tecnológico. «¡Ha fundado varias editoriales de las que le han echado!». Esto es la anécdota jocosa, ya que Muchnik ha sido y es mucho más que un empresario al que echan de su propia empresa. Yo tuve el honor de verle en dos ocasiones en sendas presentaciones de libros. Con su sonrisa permanente y su sentido del humor, convirtió esos actos —que, a menudo pueden llegar a ser tediosos— en algo memorable. No sabíamos cómo agradecérselo. Hubiéramos querido contar con él para todos nuestros saraos literarios.
Para mí es el paradigma de un intelectual de verdad, un sabio, un hombre al que le interesa todo y sabe de casi todo, un hombre libre de ataduras ideológicas y, por tanto, libre para decir lo que le viene en gana. Empezó siendo físico, pasó después a dedicarse a la fotografía, para desembarcar finalmente a la edición. Este oficio se podría decir que lo «hereda» de su padre, Jacobo Muchnik que es quien, tras años de oficio, le asegura que, una vez que uno es editor, ya lo es para toda la vida. De ahí el título de esta joya que publica Trama editorial, con una muestra —pequeña, pero estupenda— de las fotos que Muchnik hizo de personajes como Giulio Einaudi o Julio Cortázar.
Es una charla distendida con Juan Cruz y, Muchnik tiene tal capacidad para contar historias, que atrapa al lector desde la primera pregunta del periodista. Logra que uno se sienta como si estuviera allí con ellos, como si fuera un invitado silencioso, que no necesita intervenir porque es mucho más interesante escuchar, porque no querría interrumpir el fluir de la conciencia de Muchnik. Juan Cruz hace buenas preguntas y su entrevistado se entrega por entero a bucear en la memoria para compartir las historias más sorprendentes, para traer al recuerdo a quienes ha admirado en su trayectoria como editor.
Su padre aparece constantemente, con el cariño y la admiración de un hijo que no ha dejado de quererle a los 89 años. Cuando le pregunta Cruz qué le hubiera gustado olvidar, Muchnik responde con lo que no querría olvidar: «No me gustaría nunca olvidar mi infancia, fue muy feliz. […] Mi madre murió muy jovencita […] y mi viejo a mi edad actual, los 89 años. Un padre que se había hecho a sí mismo, y un hombre que me regaló en aquellos años y después la felicidad que ya tuve en la infancia. De eso es de lo que no me quiero olvidar».
Padre e hijo tienen una relación cercana, de confianza absoluta, por lo que nos deja ver Muchnik. Éste le consulta a menudo sobre lo que debería hacer con un autor o con la editorial. Los dos son inquietos, están siempre en movimiento, buscan no estancarse, no hacer siempre lo mismo; desean descubrir asuntos nuevos por los que interesarse, pero, sobre todo, se entusiasman ante la idea de descubrir personas.
Muchnik se emociona al rememorar sus primeros pasos en el mundo de la edición. Recuerda como si fuera ayer, su experiencia con su primer autor, Jorge Guillén. Es su única experiencia como editor de poesía, pues dice que después no vuelve a publicar nada de poesía. Impresiona cuando cuenta que la segunda mujer de Rafael Alberti le quería explicar con detalle cómo calentaba las sábanas a Rafael. Él le pide que no se lo cuente, que eso quede entre ellos, «porque ¿qué iba a hacer yo con esa información? Me resultaba imposible asimilarlo. Para mí se trataba de Rafael in person… un respeto». Quiere descubrir personas, pero no sus intimidades. Le interesan sus escritos, su pensamiento, su forma de ver el mundo. Le interesaba el Alberti escritor, no el Alberti esposo (visto, además, a través de los ojos de su esposa).
En un momento, que a mí me parece que define a este editor sin igual, la conversación transcurre así:
«Juan Cruz: Entonces te sorprendían mucho las personas.
Mario Muchnik: Sí, querido. ¡Me sorprenden hasta ahora!
JC: ¿No crees que la esencia de tu vida, también como editor, ha sido sorprenderte de las personas? Siempre te recuerdo sorprendido de tus descubrimientos.
MM: ¡Como si me fuera a casar con todos, eso es cierto!».
Se sobrecoge al hablar de Elias Canetti, que será uno de sus grandes éxitos editoriales uno del que se trasluce que está muy orgulloso. Cuando pensaba que no iba a poder publicarlo más, porque no vendía nada, consulta con su padre. ¿A qué te comprometiste cuando le contrataste los dos primeros libros?, responde el padre, severo. Muchnik explica que se había comprometido a publicar todo y el padre le dice: ¿Entonces para qué me preguntas? No mucho después, le dieron el Nobel a Canetti. Para Muchnik fue, también, un premio. No solo porque resultó rentable para la empresa, sino porque tuvo ocasión de ir a Suecia a conocerle en persona. Esto marcará un antes y un después. Dice de él: «Me dio la medida de lo que yo ignoraba, de lo poco que sabía, de la pobreza de lo que yo había leído. […] Yo había hecho Ciencias, era físico, nunca había tenido la profesión de lectura que debe tener un editor, llegué un poco a rascar la superficie». Más adelante, cuando Juan Cruz le pregunta qué es el criterio para editar, Muchnik responde, entre otras cosas, esto (que me hizo reír bastante): «Hay que tener criterio para distinguir entre una novela de Camilo José Cela y una de Canetti; son en su quintaesencia diferentes, sin menoscabar a nadie, ni siquiera a Cela».
Sigue hablando de lo que hace falta para ser editor. Juan Cruz sugiere que hay que tener amor a los libros. Muchnik le dice: «[…] el amor a los libros nace porque he sido sometido a una disciplina de familia, de muchos años, porque he visto crecer una biblioteca alrededor y he descubierto joyas que hasta el día de hoy dominan mi vida como Guerra y paz».
Concluye el libro, mencionando a su padre, cómo no: «Yo soy editor, y por más que deje la edición o me ponga a hacer ganchillo, seguiré siendo editor porque lo llevo en los genes, no sé cómo, no tengo ni idea del funcionamiento de esto, nunca he sido genético, no tengo paciencia para la biología, pero corroboro lo que dice mi padre: uno es editor para toda la vida».
Eres la segunda persona que me menciona a Mario Muchnik en esta semana y que refuerza mi deseo (que se está convirtiendo en necesidad) de conseguir ese «Lo peor no son los autores», que al parecer tan descatalogado está.
Miraré este que recomiendas de Trama, porque yo en mi ignorancia a Mario ni le conocía, y menos mal que tengo tus post aquí fichados para iluminarme. Gracias!
¡Hola, Diana!
Ay, pues es un señor entrañable, no hay más que ver la cara de simpático que tiene y SIEMPRE está sonriendo, SIEMPRE.
«Lo peor no son los autores» anda en Iberlibro a precios razonables. Está descatalogado, pero lo encuentras.
En cuanto a Trama, me he convertido en fan enloquecida. Creo que es la única editorial española que publica libros sobre el mundo de la edición. Su colección Tipos móviles es la bomba. Ya me he comprado unos cuantos. Iré sacando reseñas porque todos merecen la pena. Este de Muchnik es maravilloso. Es muy interesante todo lo que cuenta y cómo lo cuenta. Cómo habla de los autores… Lo recomiendo mucho.
Querida Ana:
yo tengo una frase de Muchnick en los apuntes de Producción Editorial que le paso a mis alumnos.
Además de varios libros de Trama Ed.
Y este verano me leí, después de ti, el Manual del Editor, de Manuel Pimentel que lo tenía pendiente.
Abrazo
Gloria
Mil gracias por el comentario. ¿Por qué no compartes esa frase con nosotros? Los libros de Trama son excelentes. Para mí, los de Tipos móviles son interesantísimos. Me los compraría todos. Y el Manual de Pimentel, un imprescindible para saber cómo funciona una editorial. ¡No se olvida de nada!