Cuando estudiaba Historia en la Universidad Complutense de Madrid descubrí que, además de los enrevesados historiadores franceses y los españoles completamente incomprensibles —discípulos de aquéllos—, existía una especie extraña; unos ingleses y algún americano, que escribían con el objeto de que se les entendiera. ¡Albricias! ¿Libros de historia que se entienden? ¡No podía ser! Eran […]