
Nadie te obliga a trabajar en el mundo de la Cultura
Llevaba tiempo queriendo hablar de la tendencia que hay a dar por hecho que si trabajas en el mundo de la Cultura (todo el mundo utiliza la C mayúscula para luego despreciarla), lo haces porque quieres, «nadie te obliga».
Vamos a ver, efectivamente, nadie ha obligado a Jennifer Lawrence a ser actriz. Pero cuando dice que quiere ganar lo mismo que sus compañeros varones, seguro que se escriben tuits y artículos en los que se habla de su enorme «valentía» por reclamar una compensación justa. Soy fan de Lawrence, que conste, y me alegra mucho que esté forrada y que pueda reclamar que ella y sus compañeras se deberían forrar tanto como los hombres.
Sin embargo, si una traductora —pongamos yo misma en este post, por ejemplo—, dice que traducir libros no es un pasatiempo y pide que suban un poco las tarifas, que no se actualizan desde… finales del siglo pasado, más o menos, es una petarda, pesada, quejica, etcétera, a la que nadie obliga a trabajar como traductora. ¿Por qué?
Manifiesto por la supervivencia de la traducción editorial
Con motivo del Día internacional de la traducción, el 30 de septiembre, ACE Traductores —sección autónoma de la Asociación Colegial de Escritores— publicó el Manifiesto por la supervivencia de la traducción editorial en España, en el que se pide que se ajusten las tarifas de los traductores según el IPC. No parece que sea la petición de alguien que ha perdido el norte, ¿verdad? Es muy RAZONABLE, tanto o más que Jennifer Lawrence.
El manifiesto termina con este párrafo: «Porque traducir libros no es un pasatiempo ni una tarea mecánica, sino un oficio creativo, multidisciplinar y especializado que merece una remuneración acorde a su complejidad y al peso que tiene en una de las principales industrias culturales de este país».
Se hablaba del manifiesto en este artículo del elDiario.es y se citaba a varios traductores. Yo lo compartí en Twitter con esta referencia a un tuit que había colgado la traductora Eva Gallaud en su cuenta: «Imagina que llevas 20 años con el mismo sueldo, pero la vida sigue y sigue subiendo, y tus empleadores siguen y siguen aumentando beneficios. ¿Cómo estarías? Pues así andamos, más o menos, quienes traducimos libros».
Como siempre tiene que haber troles para hacernos la vida más entretenida, entró uno a decirme que los traductores no pueden exigir un anticipo y también derechos de autor. Argumentaba que esto es así porque a los escritores no les pagan nunca un anticipo. Tuve ganas de escribir: «Querido Trol, no te pagarán a ti —por el motivo que sea— y es cierto que, después de la crisis de 2008, se redujeron los anticipos millonarios y se volvió a las costumbres antiguas. Es decir, el editor apuesta por un autor, le pide que confíe en la editorial y, si vende muchos ejemplares, le asegura un buen porcentaje».
Dicho esto, en general, las editoriales que yo conozco —grandes y pequeñas— sí pagan a los autores, aunque sea poco. Es verdad que pagan más a un «famoso» que no ha escrito un libro en su vida, que a una historiadora que lleva cinco años investigando sobre el australopithecus. No voy a negarlo. Y no seré yo quien defienda que no se pague a los escritores.
Traducir no es un pasatiempo, sino un oficio especializado
Pero, ¿el hecho de que no se pague bien a los escritores implica automáticamente que no se pague a los traductores? Este trol en concreto alardea de muy leído y me pregunto cómo iba a leer literatura extranjera si no existieran los traductores. No sé si habla idiomas, pero estoy segura de que no los habla todos. Y ¿por qué considera que no se nos puede pagar un anticipo y, además, percibir un porcentaje sobre los derechos? Hay libros que venden muy bien y dan para todos. Pero hay muchísimos por los que es difícil percibir un porcentaje. Entonces ¿qué? ¿Pasamos casi un año traduciendo un libro gratis? ¿Cómo pagamos las facturas?
Recientemente, una editorial me ha dado un año para traducir una novela —muy complicada—, de unas 230 páginas, unos 400.000 caracteres. Durante ese año no me han pagado nada. Al entregar, me han pagado 2.000 euros. Restad de ahí el 15% de IRPF y calculad cuánto he ganado al mes durante ese año. Por supuesto, he tenido que compaginar el encargo con otros, porque a ese precio ni pago el alquiler ni como una comida decente en los doce meses.
Puertas abiertas…
Intenté razonar con el señor Trol (no aprendo, lo sé). Le dije que es muy injusto, sí, porque se suele dar por hecho que los escritores tienen un trabajo, no viven de lo que escriben. Y zanjó la conversación con esta perla: «Lo importante es que nadie está en este mundo por obligación. La puerta siempre está abierta para abandonarlo». (No soporto las mil metáforas con puertas y ventanas, grrr…). Cuando fui a comprobar que estaba reproduciendo bien la cita en este post, ¡descubrí que me había bloqueado!
Me bloqueó tras leer mi respuesta, que fue esta: «Vaya chorrada más gorda ¿no? ¿Qué quieres que haga? ¿Pintar paredes? No sé hacerlo, lo que sé hacer es escribir, editar y traducir. Aunque creas que es un “hobby” para pasar el rato, es mi trabajo, que es precisamente lo que decía el artículo. No sé ni qué hago explicando esto».
Mi respuesta sigue allí y yo sigo sin saber qué hago explicando esto.
¿Qué os parece? ¿A vosotros también os han dicho que vuestro trabajo no es más que un pasatiempo y que nadie os obliga a hacerlo?
No puedo estar más de acuerdo, Ana. Yo me pregunto, además, si con las bajas tarifas, no tendrán mucho que ver otros factores aparte de la crisis del sector. Factores que quizás sí esté en nuestra mano solucionar. Como por ejemplo el aislamiento del profesional autónomo, y la desigualdad de acceso a la información (los clientes son los únicos que saben qué condiciones ‘se estilan’ en el mercado en un momento determinado). Son factores que generan asimetría y condenan al profesional a la debilidad negociadora. Eso, en un sector que no crece, significa tener todas las papeletas para pagar el pato.
La única opción para mejorar esa debilidad relativa es organizarse mejor (los sindicatos, sin ser yo nada de eso, lo saben desde hace dos siglos). Por ejemplo, no sé si ACE (cuya gran labor me consta) publica un listado de tarifas (no me consta). Y si lo hace, no sé si está bien hecho (es razonable y creíble) y los profesionales acostumbran a referirse a él. Un listado así nunca tendrá el valor de las tarifas que publica el colegio de abogados (entre otras cosas, porque los oficios editoriales no son profesiones de colegiación obligatoria, ni tendría mucho sentido). Pero, si se hace con tino, quizás valga como referencia “autorizada” y sea una buena herramienta negociadora. Con todas las cautelas del mundo (lo de el listado “de mínimos” a veces es un arma de doble filo; el valor que aporta cada profesional es específico, etc). Y como mero ejemplo.
El manifiesto me parece imprescindible para señalar el problema. Pero lo que tenemos delante muchas veces no es un pequeño editor razonable sino, cada vez más, un grupo cotizado con accionistas alemanes o cataríes. Lo que limita bastante el recorrido de las acciones declarativas y obliga a pensar en medidas más prácticas.
(Perdón por esta chapa infame, además sin ser traductor ni nada, pero el asunto tarifas editoriales me toca la fibra por otras vías).
¡Hola, Juan! Muchas gracias por tu comentario, que no es una «chapa» ni es infame. Tienes mucha razón, estoy de acuerdo en el aislamiento del traductor, corrector, ilustrador… y otros oficios del mundo del libro. A los españoles no nos gusta pertenecer a asociaciones, nos creemos que el individualismo mola, cuando nos haría la vida mucho más llevadera y un poco más fácil. Creo que las asociaciones de traductores sí tienen unas tarifas publicadas, pero el problema es la editorial que te dice: «¿Esa es tu tarifa? No podemos pagarla. Buscaremos a otro». Y encuentran a otro que está dispuesto a cobrar la mitad. Contra eso es difícil luchar. Cuando llevas tantos años en esto como yo, te puedes permitir ser tú quien dice: «¿Esa es vuestra tarifa? Por ese precio no me levanto de la cama». (Jajajaj). Yo ya no estoy dispuesta a trabajar a precios que sí que son infames. Y lo cierto es que para poder cobrar un poco más y vivir un poco mejor, hay que trabajar con otro tipo de empresa. Son muy pocas las editoriales que te permiten poner tu tarifa.
En fin, habrá que seguir peleando y proponiendo acciones como lo que mencionas aquí. De hecho, hay bastantes asociaciones que se lo están trabajando mucho.
¡Abrazos!
La traducción es una actividad intelectual de primer orden que requiere tiempo y experiencia para poder ser de calidad, en particular la traducción literaria y de obras de pensamiento. En España hemos tenido la suerte de contar con excelentes traductores que nos han permitido acceder a todas las obras del pensamiento y de la literatura universal en condiciones óptimas.
La degradación de las condiciones de trabajo y retribución de los traductores es el resultado de diversos factores, entre los que destacaría la disposición de traducciones automáticas de baja calidad. La industria editorial se ve afectada por una especie de Ley de Gresham por la que la traducción barata de calidad ínfima desplaza fatalmente a la traducción de calidad.
En general, la apelación a criterios de justicia no suele funcionar en contextos competitivos de mercado. Creo que una posible vía de restaurar la traducción de calidad sería establecer una diferenciación entre éstas y las traducciones “baratas”, por ejemplo mediante la introducción de un sello de calidad.
Este sello de calidad debería definirse en términos sencillos y objetivos ( por ejemplo, tipo de obra -novela, poesía, ensayo – ,y tamaño ) que estuviesen asociados contractualmente a un tiempo y una retribución mínima. Sólo los libros cuya traducción se haya contratado en esas condiciones mínimas podría llevar en la portada el sello de calidad en la traducción.
Sería necesario también dar a conocer este sello, lo que podría hacer el ministerio de Cultura mediante una campaña de información. Así, los editores tendrían un incentivo para contratar traducciones de calidad en la medida en que nosotros, los lectores, dejemos de comprar libros que no tengan una mínima garantía y que, probablemente, hayan sido medio regurgitados vía Google o similares.
Muchas gracias por tu comentario, Pablo. Podríamos estar horas hablando de esto. No es solo la automatización del trabajo lo que ha resultado en las bajas tarifas. En España las tarifas nunca han sido altas. Mejor dicho, nunca han sido adecuadas ni han estado en consonancia con el trabajo. La del libro es una industria relativamente joven en nuestro país y, aunque ha sido boyante en una época, nunca lo ha sido lo suficiente para que se pudiera remunerar justamente a los que trabajamos en ella. Además, han llegado todas las crisis y ahora ya es difícil volver a los tiempos de las vacas gordas, porque se han venido a sumar las nuevas tecnologías y las nuevas formas de entretenimiento. En fin… Lo que propones es una idea, pero difícil de llevar a cabo. El sello de calidad es, en realidad, nos lo da la editorial que publica los libros. Sabemos que hay editoriales que cuidan las traducciones y, probablemente pagan bien a sus traductores y otras que no. El lector no es tonto. Lo importante es disfrutar de los libros y de la lectura. Yo, desde luego, disfruto con mi trabajo, aunque no me importaría ganar un poco más de dinero. Saludos.